Miércoles de Ceniza

Cartas 85 [1]  en Obras Completas, BAC (2000), Vol IV, pp. 352-354  

Dios dé a vuestra merced buenas cuaresmas, y que así tome la ceniza del principio, que siempre permanezca en su ánima la santa humildad, significada por ella; porque a quien Dios le da conocimiento de quién ha sido cuando andaba apartada de Dios, líbralo de gran ceguedad y hácele capaz de todos los bienes. No de otra parte vienen todos los pecados, sino de la soberbia (cf. Ecl 10,15), ni a otra se da la gracia, que es madre de las virtudes, sino al humilde (cf. Sant 4,6). El soberbio busca su honra, y aflígele con la deshonra; el humilde avergüénzase de que lo tracte bien, y huélgase con su desprecio, porque en aquello se hace justicia. Todo le falta al soberbio y todo sobra al humilde, porque aun de la tierra que huella se conoce indigno, y los mismos infiernos tiene por pequeños para castigo de sus pecados. El soberbio no cabe aun consigo solo; el humilde, con todos, porque a todos se abaja y a todos sufre, y parece al soberbio cosa muy recia seguir tras la voluntad del hombre o de Dios; mas el humilde subjétase y apócase, y cabe por la puerta angosta de hacer el hombre la voluntad de Dios.

Mire, pues, señora, qué de bienes vienen con la ceniza de la humildad, y no esté sin ella, porque no esté sin Dios; y acuérdese que la ceniza se hace de leña quemada, mas nuestra humildad viene de Jesucristo, muerto con fuego de amor y tormentos en cruz. No quite sus ojos de aqueste espejo, porque no pierda la hermosura que Dios le ha dado y después sea mala de tornarla a cobrar. Coja santos ejemplos de la pobreza, hiel y vinagre, deshonras, dolores, compañía de sayones y de todo lo demás que el Hijo de Dios por nosotros pasó, y esfuércese con estas armas a la guerra que le está aparejada, que, cierto, mucho queda que andar, y no sé si hemos bien a buenas comenzado el camino. Acuérdese con qué aliento comenzó a servir a Cristo, y no se detenga agora en el camino; mas, desnuda de todo lo criado, a Aquel sólo encierre en el corazón, que la tiene a ella sellada en el suyo. Gran fidelidad es obligada a tener a tal y tan alto Señor y véola tan en peligro, si se descuida, porque el Señor quiere ser diligentemente servido, mayormente de quien particularmente escogió, y lo que en otras sería cosa liviana, en éstos es grande y muy de culpar; porque el particularmente amado, particularmente ha de servir y amar.

Si un poco, señora, se descuida, crecerán en su corazón malas hierbas que le ahoguen la buena que el Señor siembra, y por una mala deja el Señor todo el campo y se va de él, porque Él lo quiere todo entero y muy por entero, pues todo entero se entregó por él, y quien quiere dar parte de sí a Cristo y parte retener para sí, entrambas partes pierde, porque ninguna toma Cristo; y la planta que Él no planta, caer se tiene por fuerza. […] Ansí se enseñorea de la persona que a Dios ama su amor y temor, que en todo anda recatada por no le perder, y muchas veces aun huye de las cosas lícitas por no caer en ilícitas; todo lo renuncia, por alegre que le sea; todo lo olvida, por amado que le sea; todo lo sufre, por penoso que sea; y, por tener contento a su Dios, pierde todo lo que no es él.

Señora, demos una carrera esta cuaresma, que no sabemos si veremos otra; […] Abramos los ojos y tomemos el negocio de Dios muy de veras, que el Señor es muy gran Señor y quiere ser fielmente servido. Encerrémonos dentro de nos y digamos: En mi nidillo, moriré (Job 29,18); y escudriñemos las raíces de nuestro corazón, si están echadas en otra cosa que en Dios; y cortemos el amor de la honra y el amor de la carne y vida y voluntad propria tan de raíz, que podamos decir con San Pablo: Vivo yo, ya no yo, mas vive Cristo en mí (Gál 2,20), de manera que ninguna deshonra nos parezca grande, ninguna carga nos parezca pesada, ninguna cosa nos parezca para desear, si solo Dios no, y ninguna para huir ni desechar, si su ofensa no. Esto no se hace jugando ni dormiendo, mas reventando y velando, y llorando y pidiendo la mano a quien todo lo puede; y mírese que lo que queda sea bien guardado del polvo de la soberbia y del viento del parlar; y lo que el Señor dice, que sea oído con reverencia y sea obedecido con presteza, y que no sea menester que le diga una cosa dos veces.

Sea diligente en todo, porque el día que ha de salir a plaza su corazón y su vida se alegren todos los que la aman y bendigan a Dios en ella, cuando vieren que es recebida en el celestial tálamo de Jesucristo, su señor y esposo, donde, libre de todo peligro, goce de Aquel que acá con todo su corazón deseó y buscó, el cual la esfuerce en esta pelea y le dé fuerza para le servir y seguir, aunque sea en tormentos de cruz. Y no se olvide de me encomendar a su Majestad, pues yo no me olvido de vuestra merced.

"¿A qué venís, Señor?"

Sermón 3. En Obras Completas, BAC (2000), vol III, pp. 48-65

En vísperas de Navidad. A unas monjas

4. Cuando cantardes Et homo factus est, váyanse vuestros corazones al cielo, contemplando tan grande obra como es haberse Dios hecho hombre por vosotras. Pues de esto se queja Dios, y con gran razón, que una musaraña, una yerbecita, una mujer hermosa, una vestidura pulida nos lleve los ojos y robe nuestra vista, y no esta obra tan grande, como haberse Dios hecho hombre por nosotros. Mirad mi obra. ¿Por qué la tenéis en poco? El pensamiento para el alma más alto y deleitable éste es: contemplar la grandeza de Dios y verle abajado tanto por nosotros, que se abajase a tomar nuestras miserias de hambre, frío y cansancio, etc.

Y si la obra es la mayor de las obras, ¿qué tal será el efecto de ella? No basta conocer esta obra, sino conocer también el efecto y virtud de ella. No basta conocer la yerbecita, ni la piedra, si no sabéis su virtud; y si la virtud cognociésemos, mayores alabanzas daríamos al Señor. No hay yerbecita que no tenga virtud. Pues siendo ésta la mayor de las obras, tendrá la mayor de las virtudes, y ansí no basta conocer esta obra, sino es menester también conocer sus virtudes y efectos. Quien no sabe contemplar las virtudes de este misterio, ni sabe contemplar este misterio. Que si solamente contempláis que Dios se hizo hombre y no paséis adelante, ¿qué fruto sacaréis, más que de ver la yerba y no saber la virtud? ¿Qué os aprovecha contemplar que Dios, siendo tan alto, se hiciese tan bajo, si vos os quedáis alto y soberbio y lleno de viento en vuestro corazón? Contempláis que os amó tanto, que abajó del cielo a la tierra por nosotros. Pues no tengáis vos rancor en vuestro corazón, sino amad a vuestros prójimos y váyanse los ojos tras ellos. ¿Cómo contempláis la blandura de Dios, si sois áspero y duro para vuestros prójimos? ¿Cómo contempláis a Jesucristo nacido en Betlem, en un portal tan pobre, etc., si no tenéis paciencia para sufrir vuestra pobreza y las necesidades que se os ofrecen, y si deseáis en vuestro corazón ser rico? Grandes, pues, son los efectos de esta obra de Dios. No sin causa vino Dios pobre, podiendo venir rico; vino pequeño, podiendo venir grande, etc.

5. Pues porque esta obra no se nos vaya en balde, que ¡ay de nosotros si no nos aprovechamos de ella! —si con la mayor de las medicinas no sanamos, ¿por qué sanaremos?; si de Dios humanado no nos aprovechamos, ¿de qué nos aprovecharemos?—, supliquémosle que nos dé lengua para que hablemos los efectos de su encarnación.

9. Digámosle que a qué viene. ¿A qué venís, Señor? Dice que viene a evangelizar a los pobres. El que es pobre alégrese, que la venida de Cristo a traer nuevas alegres viene a los pobres. Esta señal dio Cristo a los discípulos de San Juan cuando le preguntaron si era el Mesías; respondió: los pobres reciben nuevas alegres (Lc 7,22). Porque había dicho Esaías (c.35), dando señales del Mesías, que saltaría el cojo, como ciervo, y el mudo hablaría despiertamente, etc. (Is 35,5ss) […]

11. ¡Qué cosa tan pesada era la pobreza antes que Cristo viniese al mundo, qué aborrecida, qué menospreciada! Pero bajó el Rico del cielo y escogió madre pobre, y ayo pobre, y nace en portal pobre, toma por cuna un pesebre, fue envuelto en pobres mantillas (cf. Mt 8,20), y después, cuando grande, amó tanto la pobreza, que no tenía dónde inclinar su cabeza, y, finalmente, fue tan amador de pobreza, que ya no hay cristiano, si es verdadero cristiano, que no tenga en más ser pobre que rico.[…] En más es tenido el pobre que el rico después que Jesucristo se hizo de su bando. Como si en una balanza pusiésedes una cosa de precio y en otra una cosa vil, pero llena de perlas preciosas, diréis que vale más esta segunda balanza por el valor de lo que se juntó con ella. Y si en un arca vieja estuviese un tesoro y en otra nueva no estuviese nada, claro está que diríades que vale más la vieja, por lo que está dentro de ella, que no la nueva que está vacía. Y ansí, si miráis la pobreza y riqueza a cada una por sí, más vale la riqueza; mas si miráis la joya que está con la pobreza, de mucho más valor es. Juntóse Dios con la balanza de la pobreza y hizo subir el valor. Pues si los pobres solían tener envidia a los ricos, agora téngala los ricos de los pobres, pues juntóse Jesucristo con el bando de los pobres y engrandeció[lo].