Escritos
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- Jueves, 05 Mayo 2011 18:52
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Aunque el “Padre Maestro Ávila” fue, ante todo, un “predicador evangélico”, no dejó de hacer magistral uso de su pluma para exponer su pensamiento, e incluso su predicación. Es más, su influjo y memoria posterior, hasta nuestros días, están estrechamente relacionados no sólo con el testimonio de su persona y de su vida, sino con sus escritos. ¿Quién no relaciona a San Juan de Ávila, por ejemplo, con su magistral obra, el Audi, filia? ¿Quién no sabe que escribió los famosos Memoriales para el Concilio de Trento? ¿O que es el autor del Tratado del amor de Dios, aunque pudo estar retocado por sus discípulos? ¿O quien desconoce que quedaron escritos sus fervorosos Sermones, sus elocuentes Pláticas o su rico y variado Epistolario?
Los escritos avilistas son muy distintos entre sí. El más sistemático, amplio y completo es, como bien sabemos, el Audi, filia. Los Escritos o tratados de reforma están relacionados con el concilio de Trento y con los sínodos provinciales que lo aplicaron, como el de Toledo, apuntando muy certeramente a la renovación personal y eclesial. Los Sermones y Pláticas, igual que el Epistolario, son escritos que abarcan casi todo el arco cronológico de su ministerio sacerdotal. Los comentarios bíblicos ―de
Respecto a la publicación de estos escritos, el Maestro Ávila sólo hizo imprimir su Doctrina cristiana, o catecismo, en 1554 y preparó la edición definitiva del Audi, filia, que por razones diversas sería publicada en 1574, después de su muerte.
En general, puede afirmarse que los escritos fueron redactados, al menos de forma esquemática, por el propio Maestro. Todos ellos son genuinos. Pero, en ocasiones, sus discípulos se encargaron de transcribir algunos sermones y comentarios, introduciendo a veces ciertos retoques. La doble redacción de algunos textos puede ser debida a haber sido expuestos en diversos lugares, a la diversidad de copias que circulaban de mano en mano, o a las transcripciones aludidas.
Los escritos ofrecen contenidos bíblica y teológicamente muy profundos, siempre con un enfoque muy pedagógico en el uso de imágenes y ejemplos. Se siente al Maestro muy cercano, claro, nítido, invitando con sabiduría y entusiasmo a la vivencia del Evangelio. Obviamente, utiliza las expresiones culturales propias de su época, dejando entrever las circunstancias sociológicas y eclesiales. El tono es de suma confianza en el amor de Dios, pero llamando a la persona la perfección de la caridad. Su lenguaje es el castellano clásico, sobrio, concreto, de su tierra manchega de origen, a veces amalgamado con la imaginación y el calor meridional, ambiente en que transcurrió la mayor parte de su vida apostólica.