La fiesta de Corpus Christi

Sermón 36, en Obras Completas, BAC (2000), Vol III, pp. 448-488

8. Henos aquí en víspera del santo día del Corpus Christi y de la procesión del Señor, fiesta dignísima de reverencia y de mucha alegría para quien bien la celebrare, y de mucha tristeza y daño para quien con desacato y descuido. Despertad y velad, que esto es menester para bien celebrar el día santo y procesión que Dios ha querido alcancemos a ver. Porque si a Moisés mandaron quitar los zapatos (cf. Éx 3,5), si al pueblo que se santifique para oír los mandamientos y para ver la maravilla que se hizo en el río Jordán (cf. Jos 3,9-13), claro está que quien para aquellas cosas menores pide santificación, para ésta que entre manos tenemos la pedirá, y muy mayor, pues esta fiesta es mayor que las otras.

¡Oh grande, dichoso y solemnísimo día, que pone a los cielos en admiración, en el cual se celebra el misterio de que el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Jesucristo, quedando en su ser los accidentes del pan y del vino y conteniendo dentro de sí al Hijo de Dios humanado, igual al Padre y al Espíritu Santo, Señor de todo lo que hay en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra! Misterio tan lleno de maravillas, que la menor de ellas es mayor que arder la zarza y no quemarse, y que ser oídas voces en el monte Sinaí, y que tornar las aguas del río

Jordán hacia atrás. Maravillosas cosas son éstas, mas son maravillosas en las criaturas por el Criador. Mas las maravillas de aquí son hechas en la misma persona del Criador y por medio de un sacerdote, que es criatura. Santificaos, porque mañana hará el Señor maravillas entre vosotros (Jos 3,5). Y en el nombre del Señor os digo: Santificaos, porque el Señor os hará mañana mayores maravillas entre vosotros.

10. Y si cuando fue dada la ley descendieron los ángeles al monte Sinaí para hablar en persona de Dios, llevaremos nosotros mañana al mesmo Señor en la procesión, y ellos descenderán a le acompañar y servir. Allí fue dada la ley, mas no fue dada la gracia; y ley sin gracia, ocasión es para más pecar, como dice San Pablo (cf. Rom 3,20). Mas este Señor, cuya fiesta es mañana, es de quien dijo San Juan: La ley fue dada por Moisén; mas la gracia y la verdad, por Jesucristo son hechas (Jn 1,17). Truenos terribles, sonidos de bocina y espantables relámpagos hubo allí, tanto, que el pueblo, atemorizado, huía de Dios y decía a Moisés: Háblanos tú y oiremos; no nos hable el Señor, porque no muramos (cf. Éx 20,19). Muy de otra manera será nuestra fiesta mañana; porque, aunque es escrito que Dios es fuego, que consume, iremos mañana juntos con Él, y su fuego no nos destruirá; y si destruyere, será a nuestros pecados, para que nosotros quedemos limpios y purificados como oro en crisol.

11. No hay mañana espanto de truenos, ni de relámpagos, ni cosa alguna que nos haga huir de temor; manso va el Señor y callado como un cordero, y con entrañas encendidas de amor para darnos lo que nos cumple; y todo lo que allí se ve y se cree nos convida a que nos lleguemos a Él (Heb 12,29), a recebir de su mano el perdón y la gracia, y a descansar de nuestros trabajos, y a esperar la gloria que está por venir. ¿Veis con cuánta razón se nos pide que desde el domingo y aun desde antes nos aparejemos y santifiquemos para esta solemnísima fiesta?

Mas esto es lo que yo temo, y con mucha razón me da pena, que, como tal fiesta como ésta había de ser celebrada con un amor y una reverencia que pareciese a la que en el cielo tienen los santos y ángeles a este Señor, no sé si ha de haber entre vosotros algunos que no sientan esto de esta manera, sino que piensen con terreno sentido que esta fiesta se instituyó solamente para holgarse y corporalmente regocijarse los cristianos en ella; y que haya algunos que estén tan ajenos de alimpiarse de los pecados pasados, que por ventura cometan en la fiesta algunos pecados, que, si no fueran en ella, no los hicieran.

12. ¡Oh lamentable desdicha, que enfermes con la medicina, que te ennegrezcas con la blancura y que llegue tu maldad a tanto, que de fiesta tan santa, de la compañía de Dios, de la bondad que usa yendo en la procesión con nosotros, tú no te aproveches más de tanta bondad, mas que saques maldad! Cristianos, cristianos, no es esta santísima fiesta para hacer ofensas a Dios, sino para deshacer las hechas y dar al Señor un día bueno, celebrando con tanta santificación, que le dé a Él entero contento y placer. No solape nadie, no, hacer fiesta mañana a sí mesmo y a su vanidad, debajo de título de fiesta del Cuerpo de Jesucristo nuestro Señor.

Lo que obra el soplo del Espíritu Santo

Sermón 30, en Obras Completas, BAC (2000), Vol III, pp. 363-377

16. Sábele tú llamar a este Consolador, procúralo agradar y tener contento; porque quien tal Huésped tiene, no se debe descuidar en nada, porque tan gran Huésped gran cuidado requiere. Dile: «Señor, con vos sólo estoy contento, vos sólo bastáis a me hartar; sin vos no quiero a nadie, y con vos todo lo tengo; estad vos conmigo y fáltenme todos; consoladme vos y desconsuéleme todo el mundo; sed vos conmigo, y todo el resto contra mí».

17. ¡Oh mercedes grandes de Dios! ¡Oh maravillas grandes de Dios! ¡Quién os pudiese dar a entender lo que perdéis y también os diese a entender cuán presto lo podríades ganar! Gran mal y pérdida es no conocer tal pérdida, y muy mayor pudiéndola remediar, no la remediar. Quiérete Dios bien; quiérete hacer mercedes, quiérete enviar su Santo Espíritu; quiere henchirte de sus dones y gracias, y no sé por qué pierdes tal Huésped. ¿Por qué consientes tal? ¿Por qué lo dejas pasar? ¿Por qué no te quejas? ¿Por qué no das voces?

18. Mas ¿cómo la diremos a esta junta que el Espíritu Santo quiere hacer y hace con tu ánima? Encarnación no; pero es un grado que tanto junta el ánima con Dios y un casamiento tan junto y tan pacífico, que parece mucho encarnación, aunque por otra parte mucho diferencien. Porque la encarnación fue una tan altísima unión del Verbo divino con su santísima humanidad, que la subió a sí a unidad de persona; lo cual no es acá, sino unidad de gracia; y como allí se dice encarnación del Verbo, se dice acá espirituación del Espíritu Santo.

19. Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, así el Espíritu Santo consuela y alegra. ¿Qué pides? ¿Qué buscas? ¿Qué quieres más? ¡Que tengas tú dentro de ti un consejero, un ayo, un administrador, uno que te guíe, que te aconseje, que te esfuerce, que te encamine, que te acompañe en todo y por todo! Finalmente, si no pierdes la gracia, andará tan a tu lado, que nada puedas hacer, decir ni pensar, que no pase por su mano y santo consejo. Seráte amigo fiel y verdadero; jamás te dejará si tú no le dejas.

Así como Cristo, estando en esta vida mortal, obraba grandes sanidades y misericordias en los cuerpos de los que lo habían menester y lo llamaban, así este Maestro y Consolador obra estas obras espirituales en las ánimas donde Él mora y está en unión de gracia. Sana los cojos, hace oír los sordos, da vista a los ciegos, encamina a los errados, enseña a los ignorantes, consuela a los tristes, da esfuerzo a los flacos. Como Cristo andaba entre los hombres haciendo estas tan santas obras, y así como estas obras no las pudiera hacer si no fuera Dios, y hízolas en aquel hombre, y llamámoslas obras que hizo Dios y hombre, así estotras que hace acá el Espíritu Santo en el corazón donde mora, llamámoslas obras del Espíritu Santo con el hombre como menos principal.

20. ¿No se llama desdichado y malaventurado quien no tiene esta unión, quien no tiene tal huésped en su casa, quien no tiene tal consejero, quien no tiene tal guía, tal arrimo, tal ayo y consolador y conservador? Y porque no le tenéis, andáis cuales andáis desconsolados, tristes, sin ánimo, llenos de amargura, sin devoción, llenos de miserias. Decidme, ¿habéislo recebido? ¿Habéislo llamado? ¿Habéisle importunado que venga? ¿Cuántas lágrimas os cuesta? ¿Cuántos sospiros? ¿Cuántos ayunos? ¿Qué devociones habéis hecho? ¡Dios sea con vosotros! No sé cómo tenéis paciencia ni cómo podéis vivir sin tanto bien. Mirad, todos los bienes, todas las mercedes y misericordias que Cristo vino a hacer a los hombres, todas ésas hace este Consolador en nuestras ánimas; predícate, sánate, cúrate, enséñate y hácete mil cuentos de bienes.