Viernes Santo

Tratado del Amor de Dios, n.11. En Obras Completas, BAC (2000) Vol I, pp. 970-971

cristo-cripta¿Qué le falta a esa tu cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones? La ballesta se hace de madera y una cuerda estirada, y una nuez al medio de ella, donde sube la cuerda para disparar la saeta con furia y hacer mayor la herida. Esta santa cruz es el madero; y el cuerpo tan extendido y brazos tan estirados son la cuerda; y la abertura de ese costado, la nuez donde se pone la saeta de amor para que de allí salga a herir el corazón desarmado. ¡Tirado ha la ballesta y herido me ha el corazón! Agora sepa todo el mundo que tengo yo el corazón herido. ¡Oh corazón mío! ¿Cómo te guarecerás? No hay médico que le cure si no es morir. Cuando yo, mi buen Jesús, veo que de tu costado sale ese hierro de esa lanza, esa lanza es una saeta de amor que me traspasa; y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él parte que no penetre. ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Viene aquí por curarme, ¡y hasme herido! Viene a que me enseñases a vivir, ¡y hácesme loco! ¡Oh dulcísima herida, oh sapientísima locura!, nunca me vea yo jamás sin ti.

No solamente la cruz, mas la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recebirnos en tus entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón. Pues ¿cómo me olvidaré de ti? Si de ti me olvidare, ¡oh buen Jesús!, sea echado en olvido de mi diestra; péguese mi lengua a los paladares si no me acordare de ti y si no te pusiere por principio de mis alegrías (Sal 136,5-6).

Cata, pues, aquí, ánima mía, declarada la causa del amor que Cristo nos tiene. Porque no nace este amor de mirar lo que hay en el hombre, sino de mirar a Dios y del deseo que tiene de cumplir su voluntad.