Quédase la Virgen sola

Sermón 67. En Obras Completas, BAC (2000) Vol III, pp. 895-913

38. [...] ¿Qué diría la Virgen? «¡Oh sepulcro, que te dan a ti lo que yo parí! ¡Quítanmelo a mí por dártelo a ti! ¡Oh quién fuera tú!». [...] ¡Oh qué llanto tan nuevo comenzaría aquí! ¡Qué retorcer de manos! ¡Qué afilarse la cara y desfigurarse del gran dolor y angustia! «¿Adónde iré, diría, que más descanso tenga? ¿Qué más quiero yo que estar tan cerca de donde está todo mi bien sepultado? Aquí será mi instancia todos los días de mi vida; aquí mi alegría, ésta será mi consolación». [...] Quédase la Virgen sola. 

39. [...] iba la Virgen casi por fuerza; el cuerpo se iba alejando del sepulcro, mas el corazón dentro se quedaba. Llévanla al cenáculo, donde Jesucristo celebró la noche pasada la Pascua. ¡Cuál irían por las calles! Algunas buenas mujeres que conocerían a la Virgen, que sabían cómo Jesucristo era santo, que ya el hecho era público, y sabían que sin culpa le habían muerto, por invidia que tenían de él; y dirían aquellas buenas mujeres que viesen ir a la Virgen tan sola, tan triste, tan angustiada: «¡Oh lastimada mujer! Sola y desamparada, ¿qué harás? ¿Con quién te consolarás? ¿A quién contarás tus males? ¿Qué corazón te basta a no desfallecer, habiendo perdido tal Hijo y habiéndolo con tus propios ojos visto padecer tantos tormentos y tan sin culpa? Nadie se quejó de ti, antes todos decían mil bienes; ¿quién te hizo tanto mal? El Señor Dios te consuele y esfuerce y te dé paciencia». 

40. [...] Ya veis la Señora, cuán penada viene; déjenla sola llorar su dolor, pues no hay en la tierra consuelo para ella. 

41. Sube la Virgen arriba, entra en la casa, donde la noche antes había cenado. ¡Qué renovar de lágrimas había i allí! «¡Oh Hijo y Señor mío, compañía mía!, ¿dónde quedas? ¿Es posible que vengo yo, dejándote a ti sepultado? ¡Anoche estabas aquí con tus dicípulos, y agora te dejo debajo de la tierra! ¿Qué va, Señor mío, de hora a hora? ¿Adónde iré que te halle? ¿Adónde iré que me alegre, faltándome tú? ¡Cuánta más alegría sintiera mi ánima estando allá acompañándote que en andar por acá, apartada de tu presencia!».

También: Acompañar a la Virgen...

"Mira a este remediador, y tomarás esfuerzo"

Trat Amor de Dios, n.13, en Obras Completas, BAC (2000) Vol I, pp. 951-974

Pues, ¡oh ánima flaca y desconfiada, que en tantas angustias no sabes confiar en Dios!, ¿por qué te desmayan tus culpas y la falta de tus merecimientos? Mira que este negocio no estriba en ti solo, sino en Cristo. No son tus merecimientos solos los que te han de salvar, sino los del Salvador. Si el demérito de aquel primer hombre a cabo de tantos años fue bastante a condemnarte (cf. Rom 5,18), mucho más lo serán los méritos de Cristo para darte salud. Éste es el estribo de tu esperanza y no tú. El primer hombre terreno fue principio de tu caída; el segundo y celestial, principio y fin de tu remedio (cf. 1 Cor 15,47). Trabaja de estar unido, con éste por fe y amor (cf. Jn 15,9), así como lo estás con el otro por vínculo de parentesco; porque, si lo estuvieres ansí como el deudo natural, participas la culpa de transgresor; así, por el deudo espiritual, comunicarás las gracias del Justo. Si con Él estuvieres de esta manera unido cree cierto que lo que de Él fuere será de ti, lo que fuere del Padre será de los hijos, lo que fuere de la Cabeza será de los miembros y donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán las águilas (Mt 24,28). Esto es lo que, en figura de este misterio, dijo el rey David a un hombre temeroso y turbado: Júntate conmigo, que lo que fuere de ti será de mí, y conmigo serás guardado (1 Sam 22,23). No mires a tus fuerzas solas, que te harán desmayar, sino mira a este remediador, y tomarás esfuerzo. Si, pasando el río, se te desvanece la cabeza mirando las aguas, levanta los ojos en alto y mira los merecimientos del Crucificado, que te esforzarán a pasar seguro. Si te atormenta el espíritu malo de la desconfianza, suena la arpa de David, que es Cristo con la cruz (cf. 1 Sam 16,23). Echa tus cuidados en Dios (Sal 53,23) y asegúrate con su providencia en medio de tus tribulaciones; y, si crees de veras que el Padre te dio a su Hijo, confía también que te dará lo demás, pues todo es menos.

También