Cristo es tentado para consuelo y aviso nuestro

Sermón 9, en Obras Completas, BAC (2000), Vol III, pp. 129-139

2. Muéstranos hoy el santo Evangelio una batalla que nuestro Señor Jesucristo con el demonio tuvo, cómo lo venció la maña y arte que en ello tuvo. A la entrada del santo Evangelio se ofrece una duda y pregunta: ¿Qué fue lo que movió a Cristo a querer ser tentado de una cosa tan baja y fea y sucia como es el demonio? [...] ¿Cómo, pues, nuestro Señor, siendo verdadero Dios y la misma Verdad, permitió, podiéndolo excusar, que el demonio, que es la misma mentira y suciedad, se atreviese a lo tentar y convidar con ofensa de la Majestad de Dios? 

Mirad, por vuestra vida, por dónde comenzó, y mirad en qué acabó su sermón. Comenzó con buenas palabras y piadosas, y acabó en: «¡Adórame!», como quien no dice nada. ¡Oh astucias y engaños de Satanás! ¿Quién podrá valerse con tus artes y con la diversidad de tentaciones con que a los hombres acometes? Mirá qué va del comienzo al cabo y de la entrada a la salida.

3. ¿Por qué quiso Jesucristo bendito ser tentado? ¿Qué fue la causa que, pudiéndolo evitar, no lo evitó? Algún secreto está encerrado en esto; algo nos quiere dicir en esto; algo nos quiere mostrar, pues lo consintió. Digo que por dos razones permitió la suma Verdad ser tentado. La primera dice San Pablo: No tenemos pontífice que no se duela de nuestras flaquezas (cf. Heb 4,15), compadeciéndose de ellas, porque nos tiene en su corazón escritos. No tiene Jesucristo el amor y corazón tasado y apocado, como nosotros, que, si vemos a nuestros prójimos en alguna necesidad, ayudámosle con tasa y en esto sí y en esto no, y decimos: «Ya hice el otro día por vos esto o lo otro; no puedo agora más, baste lo hecho». No hace Jesucristo ansí, sin[o] ayúdanos y compadécese de nosotros, no una vez ni dos ni tres, sino cuantas veces lo hemos menester, y no aguarda a que lo llamemos, que Él se convida, y algunas veces, desechándolo, nos busca, y olvidándonos de Él, hace que nos acordemos.

4. Es tan grande el amor que en su corazón nos tiene, que nunca jamás se olvida de nosotros, ni quita sus benditos ojos de nuestras necesidades, flaquezas y miserias para remediarlas, ni quita su favor y mano para en ellas ayudarnos y proveernos, como verdadero pontífice que verdaderamente se compadece de nuestras flaquezas, como San Pablo dice. Y por esto su misericordia consintió que el demonio, cabeza de mentira y maldad, osase llegar a Él y tentalle, para que, tentatus per omnia per similitudinem absque peccato, sacase por experiencia y supiese de nuestras tentaciones sin pecado ninguno, porque después, viéndonos a nosotros tentados, nos consolásemos con haber visto tentado a nuestro dechado Jesucristo y creyésemos que seríamos por Él librados como por pontífice que se duele de nuestras tentaciones, y para que vos, hermano, siendo tentado, no desmayásedes, ni pensásedes que érades de Dios olvidado; antes habéis de creer que, con el ayuda del Señor venciendo la tentación, se os volverá en corona, y los trabajos y pena de ella en alegría. 

La segunda razón es para que sepáis, hermano, que hay demonios tentadores y enemigos y tentaciones y que tenemos cruel guerra siempre con los demonios, para que no nos descuidemos.