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Viernes, 20 Marzo 2015 13:28
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Sermón 15, en Obras Completas, BAC (2000), Vol III, pp. 207-219
14. [...] Hombre, ¿de qué te engañas?, ¿en qué te empleas? Oveja, toma al pastor, mira el camino del pastor, síguele por donde va. Vende cuanto tienes. Mira que esta joya la has de comprar con lo que más te doliere. ¡Oh hombre casto, oh paciente, oh caritativo! ¡Qué gozo sientes en amar el Señor y en seguir al Señor!
El que quisiere ser mi oveja, el que quisiere ser mío, niéguese a sí, no piense en sí, no quiera lo que el Señor no quiere. La oveja que va paso ante paso tras de su pastor, no errará camino. Va el Señor por calle angosta, y tú, por calles y plazas anchas; no saldrás al camino. Niéguese a sí. No estribes en tus razones; piensa que no sabes nada; deja hacer al Señor.
17. «Si vienes tras mí, ven sin ti. No pienses en ti; haz cuenta que noeres». No tengas en nada espinarte, que ahí está el Señor. ¿Qué fuera de ti, cristiano, si Jesucristo dijera: «Quiero ir a salvar el mundo por lo llano, pero si hay espinas no quiero»? ¿Qué fuera de ti? ¿Qué hicieras tú si Dios no se pusiera contra todo el mundo y se entrara rascuñado por las espinas y trabajos que pasó? ¿Qué fuera de ti si Él no quisiera pasar trabajos y si, habiendo llegado al paso de la muerte, no dijera: Hágase, Padre, como tú quisieres y no como yo quiero (Lc 22,42); y si no quisiera t que le espinara la espina de la pobreza, de la paciencia y de la caridad que, con todo cuanto pasaba, tenía para perdonarlos? ¿Y sabéis a cuánto llegó? Que lo coronaron de espinas, lo azotaron, lo escupieron, lo mofaron y le hirieron mil justicias que no se pueden escribir ni contar, y al fin no pararon hasta ponello en la cruz. Pero si Jesucristo dijera, como tú, que no se quisiera meter por espinas, ¿qué fuera de ti? Y si por ti se metió el Señor de los señores por tan grandes trabajos, ¿qué muncho que tú te metas siquiera por alguno de ellos? Síguele y conocerás que eres su oveja.
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Viernes, 27 Febrero 2015 12:35
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Sermón 53, en Obras Completas, BAC (2000), Vol III, pp. 686-699
24. Y aunque, según hemos dicho, es inefable esta unión, no podemos —para gloria del mesmo Señor, que tanto nos amó, que nos quiso juntar consigo, y para consolación de los hombres que quieren gozar de esta unión— dejar de decir algo de ella, aunque será mucho más lo que quedará que lo que se dice.
No le faltaba a la sabiduría de Dios otro modo y otros mil modos para remediar nuestros males; mas las entrañas de su caridad, entre todos, eligieron éste, más honroso para los hombres, y de mayor confusión para los demonios, y que más declarase la sabiduría y poder, y especialmente su amor con nosotros. Miserable y deshonrada cosa era el género humano y en tan poco precio estimado del que Dios puso por cabeza de él, que por precio de una manzana entregó a todo el mundo a la muerte, al pecado y al demonio, y le hizo perder muy grandes bienes. Y a éstos, tan despreciados de su propio padre, preciólos tanto el que los crió, aunque ellos le habían ofendido a Él, que se determinó en el consejo de la Santísima Trinidad que una de las divinas personas, que es el Hijo de Dios, tomase carne humana, y rescatase a los hombres de su miserable captiverio, y les volviese los bienes perdidos; y esto no por cualquier medio, sino pagando Él con graves dolores y muerte los pecados de ellos y comprándoles los bienes perdidos con precio de su mesma vida. «¡Oh inestimable amor de caridad —dice San Gregorio—, que por redemir el siervo entregaste al Hijo a la muerte!». Y el Apóstol dice, hablando del Padre eterno: No perdonó a su propio Hijo; quiere decir, no lo dejó de poner en trabajos y muerte, mas entrególo por todos nosotros (Rom 8,32).
25. Admirables son los bienes que Cristo nos ganó; mas muy admirable es el medio con que los ganó, pues Él se dio en precio de ellos; que por mucho que ellos valgan, Él vale más. Dulce manjar comemos cuando nuestra ánima recibe perdón de pecados y la gracia y dones de Dios; mas cuando consideramos que para gozar de aquellos bienes nos amó Cristo hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2,8), hínchese nuestra ánima de una dulcedumbre tan grande, que nos acaece como a San Agustín, que no se hartaba de considerar la alteza del consejo de Dios sobre la redempción del género humano, el cual fue preciado de Dios, pues fue Dios su precio; y fue lleno de honra, porque como fue hombre el que fue vencido, y cayó, y causa de la perdición de los hombres, también fue hombre el que venció, y los rescató, y remedió. Por hombre —dice San Pablo— vino la muerte, y por hombre la redempción de los muertos (cf. 1 Cor 15,21). Y en otra parte dice: Como por la inobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de otro hombre muchos son constituidos justos (cf. Rom 5,19).
26. Y esta honra del género humano, de tener Redemptor que sea uno de ellos, resultó en confusión de la soberbia del demonio, pues que uno del linaje del vencido por él, y más bajo en naturaleza que él, lo venza y destruya, y le saque la presa de entre sus manos. Grande gloria fue ésta de Dios, y muy ilustre parécese su perfección y bondad, pues amó tanto al mundo, que le diese su unigénito Hijo (Jn 3,16) para remedio de él, y que lo entregase a muerte para que los pecadores fuesen justificados, y los enemigos reconciliados, y los que estaban desheredados del cielo recobrasen la herencia perdida. ¿Quién dirá que estos beneficios pueden crecer, ni que hay más amor que enseñar a los hombres, ni que hay más que pedir ni desear?
27. ¡Alabada sea tu bondad, Señor, que no tiene término! Todos mis huesos dirán: Señor, ¿quién hay semejable a ti? —dice David— (Sal 34,10), y aunque en todas tus obras excedes a todos, más particularmente en tus pensamientos amorosos para conmigo, no hay semejable a ti. Todo esto heciste, Señor, por nuestro remedio en señal de tu grande amor; mas como es tu bondad infinita, aún está tu mano extendida para hacer otros bienes admirables (cf. Is 59,1), de pensar dulcísimos, y llenos de honra y de provecho para nosotros.