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Viernes, 14 Marzo 2014 14:00
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Sermón 51. Obras Completas, BAC (2000) Vol III, pp. 655-672
42. Y así como Él es lucidísimo y hermosísimo sol, así la parará a ella resplandeciente, semejable a Él, como fue figurado cuando se transfiguró en el monte Tabor, y le resplandeció la cara como el sol, y fueron hechas sus vestiduras blancas como la nieve (Mt 17,2). Nosotros nos vestimos de Cristo, como dice San Pablo (cf. Gál 3,27), porque en la gracia y virtud que de Él recebimos perdemos nuestra fealdad y cobramos honra y hermosura del cielo; y nosotros somos vestiduras de Él (cf. Is 49,18), porque nuestros bienes son gloria suya y lo atavían y honran, pues son testimonio de su grande bondad, con que nos los dio, y el gran valor de su sangre, con que nos los mereció (cf. 1 Cor 12,27). Y estas vestiduras que atavían su cuerpo, y aun se llaman su cuerpo, que somos nosotros cuando nos transformamos en Él, participamos del resplandor que recibió en su cara cuando se transformó, siendo emblanquecido más que la nieve, como David lo deseaba y pedía, diciendo: Rociarme has, Señor, con hisopo, y seré limpio; lo cual se hace cuando nos limpian de pecados mortales; lavarme has, y seré emblanquecido más que la nieve (Sal 50,9), cuando nos limpian de pecados veniales. Para todo tuvo amor, para todo tuvo precio su sangre. Amónos —dice San Juan— y lavónos con su sangre (cf. Ap 1,5). Y pues, recibiendo el cuerpo del Señor, recebimos también su sangre, que en sus venas está, no se maraville nadie que metiéndonos en esta piscina, que, aunque roja en el color, tiene virtud para emblanquecer, salgan nuestros vestidos limpios de manchas, que, como dice el evangelista San Marcos, ningún batanero sobre la tierra tan blancas las pudiera parar (Mc 9,2). Y entonces obra el Señor lo que está escrito: Que se entregó a la muerte para parar a su Iglesia hermosa, que no tenga mancha ni ruga, ni cosa de esta hechura, para que sea santa y sin mancha de pecado venial (cf. Ef 5,25-27); porque tales para a los que bien le reciben, que no les queda mancha de pecado venial y les quita las rugas de las imperfecciones.
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Viernes, 07 Marzo 2014 10:36
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Sermón 9. Obras Completas, BAC (2000) Vol III, pp. 129-139
Domingo 1º de Cuaresma
22. Llámase día malo el de la tentación por el trabajo que el tentado padece en resistir y por el gran peligro en que está durante la tentación, porque, como el demonio es tan importuno y sabe que algunos, por no padecer el trabajo del resistir mucho tiempo, consienten, da graves importunidades, ut saltem taedio consentiant, y por esto es día malo el de la tentación, pues en él estamos en víspera de perder a Dios, si consintimos. Y aunque es verdad que en este día estás en este peligro y en esta pena, esfuérzate tú, hermano, con el favor del Señor, para vencer, considerando que mayor es el placer que ternás de haber vencido que la pena que padeces cuando eres tentado.
26. […] Di, ¿qué te puede hacer? ¿No está allí presente Dios también como él? ¿Qué te puede hacer en la presencia del Señor, estando allí tu ayudador y guarda? Apártate, hermano, sin temor y encomiéndate a Dios, reza tus devociones, lleva fe viva, que va contigo Dios y está doquiera que estuvieres […].
—¡Oh padre! Que soy muy malo y pecador, y atorméntame con tan malos pensamientos, y háceme creer que no me perdonará Dios. ¿Qué haré?
27. —Que confíes en Jesucristo y tengas fe viva que no te desamparará, que el demonio no anda por otra cosa, sino por que desesperes, agravándote tus pecados, poniéndotelos delante para que pierdas la fe y esperanza del Señor. Y ansí dice él: Exinanite usque ad fundamentum meum (cf. Sal 136,7), porque este fundamento es el que nos tiene a todos en pie en los trabajos y nos hace fuertes en las tribulaciones, y sin él no podemos edificar cosa que buena sea. Y por el camino y modo que el demonio entra en las tentaciones para te derribar y vencer, lo derribas tú y vences si con sus proprias armas le hieres; de manera que trayéndote tentaciones de soberbia te humilles, y con las de lujuria te hagas más casto, y con las de ira más manso.
—Padre, dura mucho y me atormenta. —No digas eso, antes di al Señor muy de corazón: Señor, si vuestra Majestad es servido que mil años esté en este trabajo y tribulación, que para mi bien me habéis inviado, de ello seré yo muy contento, y con todo lo que me quisiéredes inviar, pues sé que me amáis y no me inviaréis cosa que no sea para vuestra honra y mi provecho.
El rey David con piedras venció aquel gran gigante Golías, que desafiaba a todo el pueblo de Dios. Busca tú, hermano, ansí, cuando te desafiare el demonio, una piedra en la sagrada Escritura con que le quiebres la cabeza y te defiendas de él.
28. Díjole el demonio a Jesucristo: Haz que estas piedras se vuelvan en pan. Responde Cristo: no en solo pan vive el hombre (Mt 4,4; Lc 4,4), mas con todo aquello que quiere y manda Dios que viva; de forma que para mantener a un hombre no es menester hacer de las piedras pan, sino mantenello en las mismas piedras. Y más, que lo llevó al pináculo del templo y le dijo: Échate de aquí, que está escrito de ti que los ángeles te servirán (Mt 4,6). Notad y aprended de Cristo a responder al demonio con palabras santas de la sagrada Escritura. En los libros santos habíades de leer ciertas horas desocupadas, para entender en ello y para ejercitaros en las palabras del Señor, para hallaros apercebidos en las tentaciones. No se hace ansí y por eso andáis como andáis. Llevólo también a un monte muy alto y díjole: Adórame y darte he cuanto veas; todo es mío (Mt 4,9).
29. Mira en qué fue a acabar. Éstas son sus salidas. Díjole Cristo: Vade retro; al Señor adorarás y a Él solo has de servir (Mc 8,33). Confuso y avergonzado con las respuestas que a sus tentaciones hizo Cristo, fuese, y quedó Cristo en el campo como fuerte guerrero. Y vinieron los ángeles a lo servir (Mt 4,11). […]
Esfuérzate tú, hermano, el tiempo que en este mundo estuvieres, a pelear varonilmente contra los demonios y sus asechanzas. Y si ansí lo hicieres, vernán no solamente los ángeles a te servir y consolar, pero el mismo Jesucristo verná, y te consolará, y te esforzará y abrazará, y te dará gracia para este vencimiento y después su gloria, ad quam nos perducat.
Ver también: Más fuerte es Dios para librarte