Domingo de Resurrección

Sermón 16. En Obras Completas, BAC (2000) Vol III, pp. 220-226

vive17. Tercera jornada, a Jerusalén superna. Duró cuarenta días que se detuvo en el mundo por confirmar la fe en sus discípulos, despachar cosas tocantes a la fundación e augmento de su Iglesia.

Primo die, cinco estaciones. A la Virgen, visitar e consolar del inmenso dolor que había sentido. No lo tenemos del Evangelio, pero sí de los santos. Ambrosio, Liber de virginitate. La razón que convence si es verdad lo que dijo Cristo: Qui diligit me, diligetur a Patre. Ad eum veniemus. Cur non? (cf. Jn 14,21.23). Ego diligentes me diligo (cf. Prov 8,17). A los que más sintieron consoló primero, las mujeres más que los apóstoles y la Virgen más.

Creo yo que entraría San Gabriel primero [a] dar las nuevas, pedir albricias. Rodillada. «Regina caeli! Aquí será luego [Jesús] con toda la caballería de profetas». Apena había acabado, entra Cristo. La Virgen, embarazada del regocijo, hace pausa, no se mueve. Besa aquellas llagas llenas de resplandor y gloria. —¡Oh cuerpo santísimo, que yo vi tan golpeado! Tan gozoso me eres agora como entonces penoso, cardenalado. Ya veo consolada mi pena. Llega Eva: ¡Bendita vos! Por vos, vida; por mí, muerte; todos por vos serán libres.

18. Déjala con ellos. Vase a la Magdalena. No se quiso ir, y vídole; yendo ansí, viéronle todas juntas. Fuéronselo a contar a los otros. Estando así, vídole San Pedro. Vino. Confirmó la nueva de ellas. Ya se habían salido los de Emaús. Aparéceles. No dice qué les dijo.

Viernes Santo

Tratado del Amor de Dios, n.11. En Obras Completas, BAC (2000) Vol I, pp. 970-971

cristo-cripta¿Qué le falta a esa tu cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones? La ballesta se hace de madera y una cuerda estirada, y una nuez al medio de ella, donde sube la cuerda para disparar la saeta con furia y hacer mayor la herida. Esta santa cruz es el madero; y el cuerpo tan extendido y brazos tan estirados son la cuerda; y la abertura de ese costado, la nuez donde se pone la saeta de amor para que de allí salga a herir el corazón desarmado. ¡Tirado ha la ballesta y herido me ha el corazón! Agora sepa todo el mundo que tengo yo el corazón herido. ¡Oh corazón mío! ¿Cómo te guarecerás? No hay médico que le cure si no es morir. Cuando yo, mi buen Jesús, veo que de tu costado sale ese hierro de esa lanza, esa lanza es una saeta de amor que me traspasa; y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él parte que no penetre. ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo? ¿Qué has querido hacer en mi corazón? Viene aquí por curarme, ¡y hasme herido! Viene a que me enseñases a vivir, ¡y hácesme loco! ¡Oh dulcísima herida, oh sapientísima locura!, nunca me vea yo jamás sin ti.

No solamente la cruz, mas la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recebirnos en tus entrañas; los pies enclavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón. Pues ¿cómo me olvidaré de ti? Si de ti me olvidare, ¡oh buen Jesús!, sea echado en olvido de mi diestra; péguese mi lengua a los paladares si no me acordare de ti y si no te pusiere por principio de mis alegrías (Sal 136,5-6).

Cata, pues, aquí, ánima mía, declarada la causa del amor que Cristo nos tiene. Porque no nace este amor de mirar lo que hay en el hombre, sino de mirar a Dios y del deseo que tiene de cumplir su voluntad.