Inclinad vuestra oreja
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- Viernes, 02 Marzo 2012 11:14
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Audi, filia [II], Cap. 45. Obras Completas (BAC 2000) Vol I, pp. 632-634
2º Domingo de Cuaresma
1. La orden de las palabras de este tratado pedía que, tras la palabra primera de él, os declarase la segunda; mas la orden de las sentencias, por ser una la de la primera y tercera, pide que, dejando la segunda, os declare la tercera, que dice así: Inclina tu oreja.
2. Para lo cual habéis de notar que es tanta la alteza de las cosas de Dios, y tan baja nuestra razón, y fácil de ser engañada, que, para seguridad de nuestra salvación, ordenó Dios salvarnos por fe, y no por nuestro saber. Lo cual no hizo sin muy justa causa. Porque, pues el mundo, como dice San Pablo, no conoció a Dios en sabiduría (1 Cor 1,21), […] no quiso dejar en manos de ella el conocimiento de él y salvación de ellos; mas antes quiso, por la predicación de lo que la razón no alcanza, hacer salvos, no a los escudriñadores, mas a los sencillos creyentes. Y así, después de habernos el Espíritu Santo amonestado las dos ya dichas palabras, que dice: Oye y ve, luego nos amonesta la tercera, que dice: Inclina tu oreja. En lo cual nos da a entender que debemos muy profundamente subjetar nuestra razón, y no estar yertos en ella, si queremos que el oír y ver, que para nuestro bien nos fueron dados, no nos sean ocasión de perdición eternal.
3. Cierto es que muchos han oído palabras de Dios, y han tenido excelentes conocimientos de cosas subtiles y altas, y porque se arrimaron más a la curiosidad de la vista que a inclinar con obediencia la oreja de su razón, se les tornó el ver ceguedad, y tropezaron en la luz de mediodía, como si fuera tinieblas. Por eso, si no queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja, quiero decir, vuestra razón, sin temor de ser engañada: inclinalda con profundísima reverencia a la palabra de Dios, que está dicha en toda la sagrada Escritura. […]
4. Y aunque a toda la Escritura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con igual crédito de fe, porque toda ella es palabra de una misma suma Verdad, mas debéis tener particular respecto de os aprovechar de las benditas palabras que en la tierra habló el verdadero Dios hecho carne, abriendo con devota atención vuestras orejas de cuerpo y de ánima a cualquier palabra de este Señor, dado a nosotros por especial maestro, por voz del Eterno Padre, que dijo: Éste es mi muy amado Hijo, en el cual me he agradado; a él oíd (Mt 17,5). Sed estudiosa de leer y oír aquestas palabras, y sin dubda hallaréis en ellas una singular medicina y poderosa eficacia para lo que a vuestra ánima toca, cual no hallaréis en todas las otras que desde el principio del mundo Dios haya hablado. Y con mucha razón, pues en lo que en otras partes ha dicho, ha sido hablar él por boca de sus siervos; y lo que habló en la humanidad que tomó, hablólo por su propia persona; abriendo su propia boca para hablar (cf. Mt 5,2), el que primero había abierto y después abrió la boca de otros que en el Viejo Testamento y Nuevo hablaron. Y mirad no seáis desagradecida a tan grande merced como Dios nos hizo, de querer él ser nuestro Maestro, dándonos leche de su palabra para mantenernos, el mismo que nos dio el ser para que fuésemos algo. Merced es tan grande, que si hobiese peso para la pesar, y nos dijesen que en el cabo del mundo había palabras de Dios para doctrina del ánima, habíamos de pasar todo trabajo y peligro por oír unas palabras dichas de la suma sabiduría, y hacernos discípulos suyos.
5. Aprovechaos de esta merced, pues Dios tan cerca os la dio. Y pedid al que tuviere cargo de encaminar vuestra ánima que os busque en la sagrada Escritura, en doctrina de la Iglesia y dichos de los santos, palabras apropiadas para las necesidades de vuestra ánima, ahora sean para defenderos de las tentaciones, según el mismo Señor, ayunando en el desierto (cf. Lc 4,1-2), lo hizo para nuestro ejemplo, ora sea para estimularos a tener las virtudes que os faltan, ahora sea para haberos con Dios como debéis, y con vos, y con vuestros prójimos, mayores y menores e iguales; y cómo os habéis de haber en la prosperidad y en la tribulación; y, finalmente, para todo lo que hobiéredes menester en el camino de Dios; de manera que podáis decir: En mi corazón escondí tus palabras, para no pecar a ti. Tu palabra es antorcha para mis pies y lumbre para mis sendas (Sal 118,11).