Día de ofrecer a Dios mucho
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- Martes, 31 Enero 2012 13:20
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Sermón 64. En Obras Completas, BAC (2000) Vol III, pp. 855-863.
2 de febrero
Exordio
1. […] Éste es el hacimiento de gracias que hace hoy la santa madre Iglesia a Dios por haber enviado hoy su Hijo al templo. […]. Hoy fue presentado al templo el Señor del templo, y por manos de otro más verdadero templo, que fue la Virgen; y pues en ella lo recebimos y por ella, roguémosle que, mediante sus oraciones, ahora lo recibamos.
Fiesta de la Presentación
2. […]. Y así habéis de saber que hoy, cuando menos, concurren tres fiestas, las cuales son: Purificación, Presentación, Candelaria o fiesta de Simeón.
La Presentación, que es la mayor, fue cuando, no queriendo Faraón soltar al pueblo de Israel de Egipto, aunque Dios le había castigado con nueve plagas o azotes, matóle Dios en una noche todos los primogénitos, desde el primogénito del rey hasta el primogénito de un esclavo; y entonces dejóles Faraón salir a sacrificar (cf. Éx 13,15), y así dijo Dios: «Pues para libraros maté yo los primogénitos de Egipto, justa cosa es que, en reconocimiento de esta merced, me ofrezcáis a mí todos vuestros primogénitos. Los primogénitos de un tribu, que es el de Leví, serán míos para siempre; los demás redimirlos heis por cinco siclos cada uno» (Lev 27,26-27). Y si fuesen animales sucios, como perros, o los habían de matar o trocarles por otros, ut ibi dicit: Omne primogenitum asini mutabis ove (Éx 34,20). Y esto se llamaba Presentación, la cual se hacía en los cuarenta días después del nacimiento; y así dice el Evangelio: Postquam impleti sunt dies Purificationis Mariae (cf. Lc 2,22) (la glosa interlineal dice, y refiérese a nuestra Señora, según nosotros en nuestro texto decimos, o, como quiere la mesma glosa, a Jesucristo, no porque en ella hubiese que purificar, sino para denotar lo que mandaba la ley; como si dijese: los cuarenta días que la ley mandaba para la purificación.
Purificación
3. La segunda fiesta se llama Purificación, la cual es por los pecados que la mujer cuando preñada hace en la concepción y en el parto: en la concepción del niño, en superfluos deleites; cuando preñada, antojadiza, regalada; después del parto, descontentadizas, rencillosas, enojosas. Por tanto, mandaba Dios que por estos y otros semejantes pecados, que, si pariese hijo, hasta cuarenta días no entrase en el templo; y si hija, ochenta; y a los cuarenta días llevase un cordero, si fuese rica, o un par de tórtolas o palomas si fuese pobre. Pero, por esta parte, libre era la Virgen; porque particular cuidado tuvo Moisén de sacarla cuando dijo: La mujer que hubiere concebido de varón (cf. Éx 13,13); para dar a entender que había de venir la Virgen, que no concebiría de varón, sino de Espíritu Santo; pero quiso cumplir la ley como verdadera obediente a la ley, para dar ejemplo de obediencia.
Candelaria o fiesta de Simeón
4. La tercera fiesta es del santo viejo Simeón, el cual deseaba y pedía al Señor que enviase la salud que había prometido a todo el pueblo. Para lo cual habéis de imaginar que tal día como ayer, teniendo la Virgen aparejada su ofrenda, salió del portal de Belén y de do había parido; porque no era lícito salir del lugar donde pariese hasta el día de la Purificación o Presentación; y compró un par de tórtolas o palominos como pobre, […] viene al templo con su Niño en los brazos, y amanece con su sol, más claro que éste, en el templo. Y había un hombre justo y temeroso, porque no puede ser justo sin temer […]
5. Et expectabat redemptionem (cf. Lc 2,26). No puede haber mayor señal para ver si este buen viejo era santo y bueno que desear el bien común. […] Éste era. Viejo, que no nos consta ser sacerdote, y tan deseoso del bien común. Padres sacerdotes, si hubiera ahora muchos Simeones, ¡qué bienaventurados fuéramos! ¡Qué confusión para nosotros, que nos contentamos con decir una misa, y qué de paso, y qué de priesa, sin amor, sin agradecimiento! Bienaventurado el que, cuando tuviere a Cristo en sus manos, sintiere lo que este viejo Simeón. Que el sacerdote tan limpio ha de ser, que no ha de llevar pecados que llorar en el altar, sino los pecados del pueblo; porque, según San Agustín dice, el pecado mortal no es pecado de cristiano, ¿cuánto menos lo será de sacerdote?. […]
7. Et accepit eum in ulnas, etc. (Lc 2,28). ¡Qué pensáis qué regocijo ternía cuando viese tal merced, y tan deseada, cumplida, y viese en sus brazos el bien del mundo! Comiénzase a hacer niño con el niño, que es Cristo. Renovarse ha como la del águila tu juventud. Si en el deseo de este santo te ocupases o con él vinieses con espíritu al templo, la Virgen te daría su Hijo en los brazos como a éste; y pues es tan dadivosa, pidámosle a su Hijo, que dárnoslo ha. […]
Bendijo a Dios, y dice: Nunc dimittis. Con razón, por cierto; porque quien a Dios recibe, ni tiene más que pedir ni que desear.
Títulos tiene Dios para pedirnos tanto
8. […] Espántome, Señor, cómo a gente tan pobre y tan avarienta como nosotros le pedís tanto. Señor, si yo fuese tan largo como la Virgen, daría todo lo que me pedís; pero pobre y avariento, ¿cómo lo podré dar? Pues en esa palabra me demandáis que os dé todas las cosas. Dame tu primogénito, que es tu primer amor.
9. Ponen dos maneras de amor los filósofos: uno de concupiscencia y otro de amistad. El de amistad te pide Dios, pues en Él está bien empleado. ¿Para qué quieres riquezas? Para comer y vestir. ¿Y para qué quieres comer y vestir? Di la verdad, que no es sino porque te quieres bien. Pues ese amor propio, el cual es causa de todos los otros amores, ése es tu primogénito, el cual Dios te pide: «Dame el amor de tu ánima, el cual es causa de todos los otros y fin y paradero de ellos. Dame acá la fuerza de tu ánima; veamos si me amas de veras». ¿Qué hay que no haga un hombre por amarse a sí mismo? A las Indias va; ni teme mar, ni trabajos, ni muerte. «Dame acá tu primer amor».
10. —Bien parece, Rey mío, que tenéis ojos de lince, que penetráis lo secreto de mi corazón; bien parece que habéis escudriñado todos los rincones y secreto de mi corazón, pues en sola esa palabra me pedís cuanto tengo, mi vida, mi ánima y mi cuerpo. —Dame ese primer amor, porque es mío. —Pues, Señor, si es vuestro no puedo hacer otra cosa; por fuerza os lo tengo que dar. —No lo quiero por fuerza ni por temor, sino dame tu amor, y dámelo por amor.
¿Qué te daré, Señor, en recompensa?
19. San Pablo: Todas las cosas son vuestras, sirviendo a Dios, ora sea Pablo, ora sea Cefas, todo lo presente y por venir; y Jesucristo es vuestro con que seáis vosotros de Jesucristo (cf. 1 Cor 3,22). Si sois de Jesucristo, todo es vuestro; si no, no tenéis nada. ¿Qué podéis perder? ¿Vida? San Bernardo dice que la vida sin Jesucristo, infierno es. ¿Qué podéis decir, que es vuestro? ¿Honra? ¿Cómo llamaré mío lo que me echa al infierno? Hermano, si os dais vosotros a Dios, todo es vuestro; si no, no tenéis nada. Démosle luego honra, hacienda, dineros, vida; que el dársela es no para perderla, sino para que nos la guarde. San Pablo dice: Bien sé de quién me confío, que cierto estoy que me tiene guardado cuanto le he dado para aquel día (2 Tim 1,12). Cuanto le diéredes lo ternéis guardado, y cuanto no le diéredes perderéis. ¿Cómo no os consuelan los trabajos y necesidades, aunque tuviésedes vida de galera, pues la tenéis guardada para aquel día? ¿Cómo no hacéis buen rostro a las injurias y infamias, pues tal cosa os tiene aparejada?
Aprended de la Virgen a ofrecer
21. ¡Quién viera aquel relicario de Dios y con cuánta humildad lo ofrece! Quia fecit mihi magna, qui potens est (Lc 1,49). «Señor, este Niño os ofrezco; vuestro es, pues de vos es eternalmente engendrado; y mío, porque por vos, para remedio de los pecadores, me fue dado, ¡a vos sea la gloria! Vuestro es, yo os lo ofrezco». La mejor ofrenda que nunca se ha ofrecido, y más agradable a los ojos del Padre, fue lo que la Virgen ofreció hoy; y si miró Dios a Abel y a sus dones (Gén 4,4), ¿cómo no mirará mejor a la Virgen y a su cordero y Hijo que ofrecía? «Padre, yo os ofrezco a vuestro Hijo». Padres sacerdotes, aprended de la Virgen cómo habéis de ofrecer al Padre su Hijo: «Yo os ofrezco vuestro Hijo para vuestro servicio, para que os agrade, y para el provecho de los pobres, para que les predique, enseñe, para que trabaje por ellos y muera por ellos». ¡Oh qué ejemplo para las madres que tenéis hijos! Ofreced vuestros hijos al templo. El que más amaba que a sus entrañas, al Padre le ofrece para su honra del Padre; y así la ensalzó sobre los coros de los ángeles a la Virgen, pues le ofreció la mejor ofrenda.
22. Y pues, Señora, ¿de nosotros no os acordáis? Sí por cierto. ¡Oh cuánto debemos a la Virgen! ¡Cuánto te costaría decir: «Ofrézcoos, Padre, este Niño para que padezca por los hombres; sea azotado, escupido, muerto por ellos, para que con su muerte ellos vivan en la eternidad vuestra para siempre jamás»!