Buscar y hallar a Cristo

 Sermón 5 [2]. En Obras Completas, BAC (2000), vol III, pp. 86- 95

 Epifanía.

 

4. Ya había llamado a los pastores, y parecíale a Jesucristo que estaba mucho sin llamar a otra gente; por eso llamó luego a los reyes. Si a los pastores, que eran fieles, envía un ángel intelectual, a los Reyes infieles les envía una estrella insensible. Allá apareció en Persia, al oriente de Hierusalén. Pues ahora, fuese por la gran misericordia de Dios, que les quiso hacer estar esperando la estrella dende que Balán la profetizó (cf. Núm 24,17), o por haberlo Dios mostrado ansí como nació, la verdad es que vieron la estrella. San Mateo lo dice ansí: Vieron los Magos la estrella (cf. Mt 2,2). «Magos» no quiere decir encantadores; «magos» quiere decir en lengua persia sabio; dícense reyes porque regían entonces sabios o porque quizá serían reyes pequeños. Esta estrella

no era de las que están firmes en el firmamento, ni estaba en esotros cielos de los planetas; más baja estaba que todas, no se movía con las otras, movimiento tenía particular y lumbre particular. En lo que significaba lo veréis; significa la lumbre y conocimiento de la fe. Este conocimiento no anda con otros conocimientos. El conocimiento en que conozco que debajo de los accidentes del pan y del vino está Jesucristo no es como los otros, sino sacaldo por razón natural. ¿Qué dice esta estrella?: «El Salvador es nacido». Esto no lo alcanza a saber el astrólogo. Venla resplandecer en esos aires; pegaba tanto placer con su resplandor que, certificados de lo que significaba, aparejan para su camino; no tan gran aparato como para reyes, un aparato mediano, como de caminantes, pero venían bien proveídos de oro, encienso, mirra. El incienso no era, como pensaban algunos, porque no oliera mal el establo donde estaban, que, si eso fuera, no se pusiera en Escritura como presente de rey. Traían gran cantidad de ello.

 

5. Vámonos ahora con los Reyes, pues tenemos estrella como ellos, y adoremos al que van a adorar ellos, porque, si no andamos en su demanda, moriremos. Un rey mandó pregonar: «Si alguno no buscare al Señor, muera por ello». ¡Quién viese algún rey que esto mandase! La vida nos va en irnos con estos Reyes a buscar a Dios. San Bernardo dice que el mayor negocio del cristiano ha de ser herido [sic] buscando a Dios; y quien no lo busca ansí, poco tiene de bienes espirituales. Dadme un alma deseosa de Dios, que no le inclina[n] ni riquezas, ni honra, ni cosa del mundo: ésta va con los reyes. No hay cosa que más me desmaye ni que más me haga caer la faz de vergüenza que ver el amor con que me buscaste y el descuido con que yo te busco. Buscásteme tú, Señor, como si te fuera la vida en buscarme, y huyo de ti, como si me fuera la muerte en hallarte; siendo al revés, que buscándome tú hallaste la muerte, y hallándote yo, hallo la vida. Mira lo que hizo por ti y lo que padeció por ti. ¡Que las munchas aguas de los trabajos no pudieron apagar el fuego de su caridad (cf. Cant 8,7) y que yo me esté tan sin respecto y tan sin cuidado de esto, como si no hubiera venido a buscarme! ¡Qué bien lo sintió San Pablo, que dijo: Si alguno no amare a Nuestro Señor Jesucristo, sea maldito (1 Cor 16,22), porque ya ha venido nuestro Señor! No es de cristiano que, habiendo ya Dios venido, tú no le ames. Antes que viniera no era de maravillar que tú no le amases, porque la condición del hombre es tan libre y generosa que aun a Dios no amara si no viese que Dios le ama; y ésa fue la causa que disimuló Dios su poder y su saber por mostrar a los hombres su amor; mas, después de haber venido, dice Pablo: Si alguno no ama a nuestro Señor Jesucristo, sea maldito, porque ya ha venido el Señor. Vámonos con los Reyes, pues, a buscar al Señor.

 

15. Entrando en Hierusalén, escondióseles la estrella. ¿Hay aquí alguno a quien se le haya escondido la estrella? —Un tiempo estaba tan devoto, el pensamiento bueno se me venía sin que yo lo buscase, en la cama recordaba pensando en Dios. —Si se escondió la estrella, ella parecerá. —Aparecióles la estrella y caminar[on] tras ella (cf. Mt 2,9). Y cuando estuviesen cerca de Betlén, sospecho yo —esto no está en la Escritura— que, cuando la viesen, dirían: «¿Qué cosa más alta hay en este lugar? ¡Eh, allí en aquellas torres debe de estar!». ¿Allí irá la estrella? No irá, sino al mesoncito, que quizá no tenía tejas, quizá sería de paja: ¿quién sabe eso? Estaba en una peña grande, hecha una concavidad. Allí estaba el pesebre donde el Rey de los reyes fue reclinado. Allí nació el Salvador en aquel establico. Pónese la estrella en aquel portalico. ¿Quién había de pensar que estaba allí Dios? Andad delante. Ir hemos tras vos. Creo que entonces echaba más claros rayos y que decía más claro: «Aquí está». ¿Cómo es posible?

 

16. ¡Oh, bienaventurado aquel que entiende qué cosa es fe! Bien lo dijiste, niño, cuando fuiste grande: ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron! (Jn 20,29). Lo que aquesta estrella dice aquello es. Dice la razón de los Reyes que está el niño en casas altas y ricas; dice la estrella que no, sino en aquellas pajas, en aquel pesebre. Dice la razón natural: ¿Cómo un cuerpo tan grande puede estar en una hostia chiquita? Dice la fe que sí puede. ¡Oh Señor!, ¿qué a vos con pañales? ¿Qué a vos con pesebre? ¿Quién te viera, Señor, sin casa, sin brasero y sin cama? Entraba el viento por una parte y daba a la Madre y al Hijo en la cara. Quizá querría comer y no lo ternía, ¿y no amaré yo a la pobreza? Ahí está Jesucristo. No se halla Jesucristo en la riqueza, no en los deleites y regalos de la carne. No en camas blandas. ¿No tienes qué comer? En tu casa está Jesucristo. ¿Pásansete las noches dando suspiros?, ¿levántante lo que no querrías?, ¿haces fuerza a tu corazón?, ¿sujetas tu voluntad a la de Dios? Allí está Jesucristo. Antes que naciese, tenía subjección; antes que la Virgen pariese, con la barriga a la boca, como dicen, anduvo treinta y dos leguas de Nazaret a Betlén. ¿Por qué? Porque lo mandó un hombre, el más malo de los hombres, un hombre que adoraba al diablo. Mandó César que cada uno fuese a su tierra a escribirse y a dar cierto tributo, y obedécele Dios, ¿y no terné yo vergüenza de no seros obediente? Antes que salga del vientre obedece, y no yo. Si es cosa recia resistir a tu voluntad, ahí está Dios en la obediencia, en lo bajo, en el establo. Ahí está el Niño.

 

17. Parecía la estrella que hablaba. Abájase hasta el tejado, abájanse los reyes. Estaría alguna portecica en el portal y alguna mantilla colgada delante. Mirad la sala de la recién parida […] Apéanse los Reyes. Allegaría algún paje: «Decid, Señora, ¿sabréisnos dar nuevas dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? ¿Sabéis algo de esto?». ¡Benditos hombres que con tal Estrella encontráis, mejor que la que os ha guiado hasta aquí! […] —Señora, consoladnos, decídnoslo por amor de Dios. ¿Tenéis hijo? […] —Hacednos merced de mostrárnoslo. —Tómalo la Virgen en sus manos y muéstraselo. En viendo los Reyes al Niño, alumbróles los corazones, y dales a entender que aquél era el Mesías. Derríbanse en el suelo.

 

19. Adoran los Reyes al Niño en verdad, que pienso que los pedecitos le besaron. Abren sus tesoros, que largo da el que ha encontrado con el Niño. Vanse a sus arcas y, abiertos sus tesoros, no las bolsas, ofrécele cada uno muncho oro, muncha mirra y muncho encienso. —¿Qué ofrecéis a Dios? —No tengo qué. —¿Pensáis que para los que no tienen está cerrado el cielo? Antes está más abierto; porque ¡no terná de qué dar cuenta a Dios el rico cómo repartió lo que le dieron! ¡Ay de aquel que come muncho y tiene poco calor; hacerse ha una postema que le mate! El estómago no toma la comida para quedarse con ella, sino para repartilla por los miembros. Tomas muncha hacienda y no tienes muncho calor de caridad para repartirla, quedarte has con ella en el estómago. La hacienda será el cordel con que te ahorquen. Muncho tenía David que ofrecer a Dios, mas cuando vino a ofrecer dijo: En mí están, Señor, tus ofrendas (Sal 55,12; cf. Sal 49,8-9; Jer 6,20); más precia Dios estas ofrendas que becerros y carneros.

 

20. Ábrele el corazón, y abrirásle el tesoro con que más se huelga. Ya abrió Dios sus entrañas y corazón. Por aquel agujero del costado puedes ver su corazón y el amor que tiene. Ábrele el tuyo y no esté cerrado. Párate a pensar: Señor, tu corazón abierto y alanceado por mí, ¿y no te amaré yo a ti? Abrísteme tu corazón, ¿y no te abriré yo el mío? En mi corazón, Señor, están tus ofrendas; si de ese corazón le das, ofrecido le has. Más vale delante de Dios tantico corazón que tanto de ofrenda sin corazón. Dale tantico de corazón y hasle ofrecido muncho oro. Más vale tantico de oro que un puñado de blancas. …

 

21. —Pero tengo poco amor. —Ora muncho. ¿No tienes oro? Ofrece encienso. —¿Qué es encienso? —Oración. David lo dijo: Incienso es la oración (cf. Sal 140,2) y el suspiro que sube a Dios, que le huele tan lindo. Suspira a Dios —no porque no hay trigo—: «Señor, ¿cómo no te amo, cómo no te temo y sirvo?». Conoce tu miseria y llégate al portalico a demandar limosna. Si no hay oro, ofrece oración. El que no ora tiene su casa hedionda. —No tengo oro ni incienso. —Ofrece mirra. Holocaustos gruesos te ofreceré, Señor, dice David; con incienso de carneros, ofrecerte he bueyes con cabrones (Sal 65,15). Yo te ofreceré holocaustos gruesos de amor y devoción. Quien le ofrece sus entrañas, una vaca gorda con tuétano le ofrece. El tuétano, en echándolo en las brasas, se deshace; mas ¡qué guardado está en el cuero! Y un hueso muy duro allá dentro metido, que, aunque tiren una saeta, no allegará a él. El amor de Dios muy guardado ha de estar, como un hueso duro de un firme propósito de nunca hacer cosa contra él. No le ha de tocar nada. Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí.

 

23. Mirra amarga ofrece quien hace por Dios aquello que le amarga. Y si esto le ofrecieres, Él es tan bueno que te dará encienso y oro, para que tengas qué le ofrecer, y darte ha aquí su gracia y después su gloria, ad quam nos perducat. Amen.