Domingo de la Santísima Trinidad

Sermón 29, en Obras Completas, BAC (2000) vol III, p351

Domingo de la Santísima Trinidad

 trinidad3. Si alguno me quiere bien, guarde mis palabras. ¡Qué amores tan bien pagados son amar a Jesucristo! ¡Bendito sea el Señor! ¿Hemos de amar de balde? ¿Qué nos habéis de dar porque os amemos? Dice Cristo nuestro Redemptor que vendremos a él, y moraremos en él, que lo tomaremos por posada. ¿Quién son los que han de venir? El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; porque dondequiera que ellos van, va el Espíritu Santo: todas las personas de la Santísima Trinidad; ¡como quien no dice nada! Y no nos iremos luego —dice nuestro Redemptor—; moraremos en él, haremos nuestra habitación. ¡Bendito seas para siempre y bendita sea la boca que tales palabras habló y de tanto consuelo! ¿No os lo dije, que esperábamos tres huéspedes? Vendremos a él y moraremos en él. Espanto pone, hermanos, ver el cuidado que toda la Santísima Trinidad tiene y el amor tan grande con que anda tras el hombre.

4. ¡Quién le preguntase!: «¿Qué vistes, Señor, en este hombre, que tanto le amáis, que parece que andáis muerto por él de amores?» (cf. Sal 8,5; Heb 2,6). Si viésemos a un gusanillo, a un hombrecillo de nosotros andar tan solícito y tan enamorado de la Santísima Trinidad, como ella anda tras el hombre, espantarnos híamos, por cierto, de tal cosa. —¿Qué es esto que vistes en el hombre, que tan bien os ha parecido? ¿Qué interese se os sigue de amar al hombre? ¿Es porque es sabio? ¿Porque es bueno? ¿Porque es rico? —Todo eso le falta. —¿Qué es esto, que andáis muerto de amores de los hombres? ¿Por qué, Señor, queréis morar en los hombres? —Yo os lo diré: Porque moraba Dios en el hombre, y, dejando Dios de morar en él, quedó perdido; por eso, por restaurar la pérdida del hombre donde moraba, quiere morar en el hombre.

¡Dichosa persona a quien María visita!

Sermón 66, en Obras Completas, BAC (2000) Vol III pp. 886-894

Visitación de Nuestra Señora

2. […]  Palabras de la Virgen trujeron a Dios para ella cuando por el Ecce ancilla (Lc 1,38) encarnó Dios en ella; y por sus palabras vino Dios en los otros. Si no, mirad en la visitación de  Elisabet, que, hablando ella, recibió el niño aceleración de libre albedrío, y recibió la gracia, ¡como quien no dice nada! Entonces conoció a Cristo, y se gozó, y le adoró, y recibió la gracia, y fue limpio del pecado original; que cuando del vientre salió, santo salió, y por esto se celebra su nacimiento; y así son suyas aquellas palabras: Ab utero vocabit me, et de ventre matris meae recordatus est nominis mei (cf. Is 49,1; Lc 1,13). ¿Cuál es vuestro nombre? Juan, esto es, gracia, y ésa se le dio por la habla de la Virgen.

3. […] Visitadnos, Señora, con vuestra intercesión; hablad por nos a Dios, para que yo hable bien de vos, y este auditorio oiga. […]

9. Y esto se nos declaró y dio a entender en que la Virgen, en concibiendo al Hijo de Dios, luego hacía acto de humildad en ir a ver y servir a la que era menor. ¡Oh cosa maravillosa, que el lleno de Dios se humille más a servir a su prójimo y se desprecie más en sus ojos, y cuanto Dios más le alza, él más se abaja! Hechura es ésta del cielo, que en la tierra no se usa esto; mas la Virgen hízolo como enseñada de Dios, y debémonos mucho maravillar de ello, mas no contarlo entre aquellas obras de las cuales dice San Gregorio que sunt admiranda, non imitanda; que si la humildad del Hijo nos manda que la imitemos, también la de la Madre. Imitemos todos la humildad de la Virgen, pues es espejo de todos. «Imitad—dice San Jerónimo— a la que amáis, y honremos con la imitación a la que honramos con reverencia».  […].

10. Quien a Dios tiene, en la humildad se conoce; como el grano de peso a lo hondo se va, el vano nada al alto del agua; y el árbol lleno de fruto, acorvado está hacia bajo con el peso; el de hojas solas, enhiesto y lozano está. No creáis haber santidad sin humildad, ni aunque seáis subido al tercero cielo (cf. 2 Cor 12,2), si no os tenéis por digno de infierno en cuanto es de vuestra parte; que por falta de esto está el mundo lleno de herejes, tiniéndose en más que los santos pasados y que toda la Iglesia. […]

11. Quien quisiere tener alguna conjectura de que tiene a Dios, sea humilde e imite a la Virgen, que, siendo preñada de Dios, va a servir a la preñada de hombre. No va a parlar, no por callejear, no va por enseñar sus vestidos y hermosura, sino por servir a la vieja y preñada, que a esto han de ser las visitas y entrada. No contó nuevas, no dijo mal de ausentes, sino servicio de obra y edificación de palabra, aprovechando a la madre y al hijo. Cantan dos cantares a Dios. […]

12. ¡Oh dichosa persona a quien, Señora, visitas! ¡Oh cuán de verdad dirá: Visitatio tua custodivit spiritum meum! (Job 10,12). Pues que de nuevo lo da, no es mucho que lo guarde. ¡Oh dichosa la casa donde entras a visitarla! ¿Qué bien habrá que no traigas contigo, pues llevas contigo a Dios? Nunca la Virgen andaba sola; ¡qué de virtudes la acompañaban, que la hermosean mejor que todo el oro! Acompáñanla ángeles como a su Reina y Señora; mas mirad bien quién lleva en su vientre, y veréis cuán rica y acompañada va, para sí y para darlo a la casa donde entra. ¿Qué bien no dará la que lleva a Dios en sí?

14. ¡Oh casa dichosa donde, Señora, visitas! […] Señora, preguntamos [a] vos vuestros indignos siervos: «¿Dónde visitáis? ¿Cómo se llama la casa? ¿Qué señas tiene? ¿Qué haremos para traeros a nuestra casa, para que nos consoléis, y se alegre nuestro niño, y se alumbre nuestro corazón?». La casa donde visita la Virgen es casa de Zacarías, y saluda a Elisabet. Zacarías quiere decir el que se acuerda de Dios. Bienaventurado hombre que de Dios se acuerda, pues le sabe la Virgen la casa. Acordarse de Dios, ¿qué será?, […] Acordarse de Dios es acordarse de sus mandamientos, es ponerlos por obra; y así, el que olvida los mandamientos olvida a Dios, y el que no los guarda, aquél los olvida aunque los sepa de memoria.

18. ¡Oh quién te viese, Virgen, abogar por los pecadores, decir que nos perdone Dios, que no sabemos lo que hacemos! […] Ayudemos a la Virgen con orar, con nuestra penitencia, y sentiremos el provecho de su visitación y diremos: Unde hoc mihi? Seámosle agradecidos, y ella dará gracias a Dios por los bienes que nos hace, estará con nosotros hasta que nuestro Niño nazca, ayudando a los buenos propósitos para que vengan en obra, aquí por gracia y después en la gloria, ad quam nos perducat. Amen.