31 de julio. San Ignacio de Loyola

Carta 190. En Obras Completas, BAC (2000), Vol IV, pp. 634-635

«AL MUY REVERENDO SEÑOR Y DIGNÍSIMO PADRE EL PADRE IGNACIO [DE LOYOLA], PREPÓSITO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, EN ROMA, MI SEÑOR»

Es respuesta a la que San Ignacio le dirigió el 24 de enero de 1549 desde Roma.

Muy reverendo señor y dignísimo padre:

La caridad de vuestra paternidad causa en su corazón que le parezca tener obligación de me escribir y agradecer mi deseo y afición cerca de la santa Compañía de Jesús, de la que vuestra paternidad es administrador. Y con hacerla echa sobre mí una tan verdadera obligación, que a nuestro Señor plega darme fuerzas con que, siquiera en algo de ella, pueda salir.

Yo, señor, he hecho poco en servicio de esta Compañía, porque puedo poco, mas a la Fuente de la luz sean gracias, que me ha dado, desde el primer día que la oí, sentimiento de ella ser del mismo Señor y obra de mucha misericordia, así para los que en ella entraren como para los que por medio de ellos han de ser aprovechados. Mas, señor, que yo hobiera hecho algo, ¿qué hay que me agradecer, pues hago lo que debo y no llego a esto, aun con muchos quilates?

[…] Las águilas tienen señal para conocer los que son sus legítimos hijos, y los plateros de la tierra tienen toque para no recebir metal falso y aparente por verdadero. A Cristo pareció tener prueba en que los suyos sean probados, que es como la Escritura dice: In camino humiliationis. Y, pues en nuestra Cabeza primero hobo pasión que resurrección, no deben los miembros huir de pasar por la ley que la cabeza pasó, ni dejar de esperar lo que en ella acaeció. Dicho he esto no por necesidad que haya de decirlo yo, sino por consolarme en decir verdad, que creo ser obrada de esta santa Compañía.

[…] Vuestra paternidad tenga cuenta con esto por amor de nuestro Señor, el cual le dé aquellos alientos y espíritu que la empresa en que le ha puesto ha menester, para que él y todo lo que a su cargo está, y muchos por ellos, sean ganados al Señor, cuyos somos, en perpetua gloria de Él y salud de muchos.

Y de mi poquedad suplico a vuestra paternidad tenga cuidado como de un muy pobre que en su caridad se encomienda, y deseoso de ver glorificado el nombre del Señor por medio de esta santa Compañía.

De Córdoba, 13 de abril de 549.

Servus vestrae Paternitatis,

Joannes de Ávila

Santa María Magdalena. 22 de julio

Sermón 76. Al monte sube la Magdalena. ¡Al monte, señora, con ella!, Obras Completas, BAC (2000) vol III, pp. 1027-1036 .

Santa María Magdalena, 22 de julio de 1554. Montilla, en el monasterio de Santa Clara: En la toma de velo de la condesa de Feria

1. Cosa es que debe alegrar mucho al cristiano oír hablar de Dios y de su condición, para alabar su grandeza, y, conocida su condición, agradarle. Uno a quien Dios abrió los ojos para que lo conociese, y que supo agradar a Dios, deseando que todos lo conociesen y agradasen, dijo: «Los que deseáis conocer la condición de Dios: Miserationes eius super omnia opera eius 3 (Sal 144,9)». Maravilloso es Dios en todas sus obras; mas, en lo que toca a ternura de corazón, en lo que toca a entrañas de misericordia, en lo que toca a amar a los hombres, esto es lo que más usa. Porque, aunque todo lo que hay dentro en él, todo es él en los afectos exteriores, lo que más usa es misericordia. Cuando os diere gana de conocer su condición, pensad que, así como un hombre hambriento se deleita en comer, así se deleita Dios en amar a los hombres. Buen Dios es: es amor; conforme a esto, dice el tema: In caritate, etc. (Jer 31,3).

2. Palabras son de ponderar: «Días ha que te quiero bien; amor eterno te tengo». Si el amigo antiguo es bueno y no se debe trocar por el nuevo, el amigo eterno ¡cuánto mejor será! Con amor perpetuo te amo (cf. Eclo 9,14), y, aunque el amor que te tengo es eterno, porque [lo] soy yo, enseñételo en tiempo en atraerte a mí; viendo cuán mal te iría sin mí, trájete a mí, habiendo misericordia de ti. Bien dicen con la presente festividad. Si la Magdalena fue traída a Cristo, fue porque ab aeterno la amó; y la señal de que Él amó a uno ab aeterno, es amar el hombre a Dios en tiempo.