Disponerse a recibir a Jesús

Carta 67. A una mujer devota en tiempo de Adviento. En Obras Completas, BAC (2000), Vol IV, pp. 295-297

¡Cuán ocupada estará vuestra merced en este santo tiempo en aparejar posada al huésped que le ha de venir! Paréceme que la veo solícita como Marta y sosegada como Magdalena, para con los servicios exteriores e interiores servir al que viene, pues de uno y de otro es digno y Señor. ¡Oh bienaventurado tiempo en que se nos representa la venida de Dios en carne a morar entre nosotros, para alumbrar nuestras tinieblas y encaminar nuestros pies en la carrera de la paz (cf. Lc 1,79), y, haciéndonos hermanos suyos, gozar de una herencia con Él!

No sin causa vuestra merced desea su venida y le apareja su corazón por morada; porque este Señor deseado fue antes que viniese, y el profeta le llama el Deseado de todas las gentes (Ag 2,8); y a ninguno se da si primero no le desea. Muy mal empleado es el buen manjar en el gusto que no toma sabor en él; y así es Dios en quien no lo desea. El deseo de los pobres oye Dios (Sal 10,17), porque tiene sus orejas puestas en el suspiro del corazón que otra cosa no desea sino a Él; y a este tal viene y no se le niega, según lo dice en los Cantares: […] ¿Dónde están los que dicen que Dios es difícil de alcanzar, y riguroso para tratar, e incomportable para sufrir? Querellémonos, señora, de nosotros, que, por querer mirar a muchas partes, no ponemos la vista en Dios y no queremos cerrar el ojo que mira a las criaturas, para con todo nuestro pensamiento mirar a sólo el Señor. Cierra el ballestero el un ojo para mejor ver con el otro, por acertar en el blanco, ¿y no cerraremos nosotros toda vista de lo que nos daña, para mejor acertar a cazar y herir al Señor? Coja y recoja su amor y asiéntelo en Dios quien quisiere alcanzar a Dios. Que, como Dios sea amor, de sólo amor se deja cazar, y no tiene que ver con los que no le aman. Y si dicen que le conocen como lo deben conocer, no dicen verdad, como dice San Juan (cf. 1 Jn 2,4). Y este que con amor es herido, con un cabello es atado; porque lo que amor prende, el pensamiento recogido y atento lo conserva que no se pierda.

E para que se diese más confianza a los hombres que podrían alcanzar a Dios, y que no huye de ellos, se hace uno de ellos y se pone en los brazos de una doncella, teniendo Él fajados los suyos, sin poder huir del hombre que buscarle quisiere. ¡Oh celestial Pan, salido del seno del Padre y puesto en la plaza de este mundo, convidando contigo mismo a cuantos te quisieren comer y gozar! ¿Y quién es aquel que puede sufrirse de no ir a ti y tomarte, pues por la sola hambre te das? ¿Y pides más, sino que sospire el ánima por ti y, confesando sus pecados, te quieran a ti y te reciban? Grande miseria es la de aquellos que, viniéndoseles el pan a su casa, ellos se quieren más morir de hambre que no abajarse y tomarlo. ¡Oh pereza, y cuánto mal haces! ¡Oh ceguedad, y qué bienes pierdes! ¡Oh sueño, y cuántos bienes nos quitas! Pues estando prometido que todo el que busca halla, y el que pide que le darán, y al que llama que le abrirán (Mt 7,7), está claro que, si mal nos va, por nuestra negligencia es. Pues ¿cómo, señora, ha de pasar esto así? Habiendo Dios venido a curarnos, ¿hémonos de quedar enfermos? Estando a la puerta de nuestro corazón llamando y diciendo: Ábreme, amiga mía, esposa mía (Cant 5,2), ¿dejarle hemos estar llamando, envueltos en nuestras vanidades, y no salirle a abrir?

Ánima mía, ven acá y dime, de parte de Dios te lo pido, ¿qué es aquello que te detiene de no ir toda y con todas tus fuerzas tras Dios? […] ¿Qué hace, señora, la criatura, pues ve a su Criador hecho hombre solamente por amor? ¿Quién nunca oyó amor como éste, que amando uno a otro, se tornase él? Amónos Dios cuando nos hizo a su semejanza, mas mucho mayor obra es hacerse Él a imagen del hombre. Abájase a nos para llevarnos consigo, hácese hombre para hacernos dioses, y desciende del cielo para llevarnos allá, y, en fin, murió para darnos vida. ¡Que entre estas cosas esté yo durmiendo y sin agradecimiento a tan grande amor!

[…]

Ea, señora, aparéjese esas entrañas, que viene Dios a nacer y no tiene casa ni cama; téngalas muy encendidas de amor, porque el Niño ha mucho frío. Y si las tiene tibias, con el frío del Niño las calentará; porque mientras más frío padece por nos, más amor enseña tenernos, y donde más amado me veo, allí debo más amor. De fuera frío padece, mas del mucho amor que tiene, no sufre ropa; que desnudo nace y desnudo lo ponen en la cruz; porque al nacer y al morir nos enseñó mayor exceso de amor. Apareje, señora, cuna para dormirlo, que es sosiego de contemplación. Y mire que lo trate y cure bien, que es Hijo de alto Rey; Hijo es de virgen y en virginales corazones reposa de buena gana; porque la carne que Él come, carne muerta y crucificada es. Y porque tiene muchos parientes pobres, y quien a Él quiere, también ha de querer a ellos, tienda vuestra merced la mano para les dar, porque son hermanos del Criador.

Y después de nacido en ella, guárdelo bien.

Ella guarde y la salve por su misericordia. Amén.