Incorporados a Cristo por la comunión, poseemos el corazón del Padre
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- Miércoles, 27 Marzo 2013 09:00
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Sermón 34, en Obras Completas, BAC (2000), Vol III, pp. 417-427
28. ¡Maravillosa cosa!, que come al Señor el pobre, y el siervo, y el bajo; y por juntarse con Él, suben a tanta dignidad, que participan de ser amados y mirados del celestial Padre con tales ojos, que sean todos ellos llamados por nombre de Cristo. Todos los que habéis sido baptizados —dice San Pablo— vestido os habéis a Jesucristo. Ya no hay siervo ni libre, ni judío ni griego; no varón ni mujer; mas Cristo nuestro Señor es todas las cosas en todos (cf. Gál 3,27-28; Col 3,11).
Esto se hace en el baptismo espiritualmente; mas hácese por virtud de aquel Señor que allí está, debajo de especies de pan; y aquello se llama comerlo espiritualmente, y en el altar corporalmente y sacramentalmente, para ir bien hecho. Y la unión que se hace en el baptismo invisiblemente, aquí en el altar se representa visiblemente; porque comiendo a Cristo somos comidos de Él, unidos con Él como miembros con la cabeza.
29. Y también el que se baptiza o recibe cualquier sacramento (dejado el postrero, que es el de la extremaunción) no ha de parar allí, mas recebir sacramentalmente el cuerpo de nuestro Señor, como el fin y consumación de los otros sacramentos. Y aunque en los otros sacramentos se represente algún efecto particular de gracia, como es renacer por el santísimo baptismo, ser perdonados por la absolución sacramental, y así en los demás; mas en este dignísimo sacramento, donde reside el mismo Señor, fuente de todas las gracias, es significado el fin de toda la ley y la perfección de todas las obras, que es la unión del amor; y que estos bienes, que en los otros sacramentos se dan, aunque se dan por Cristo, se dan por vía de estar unidos con Cristo.
30. Y pues habéis visto que en Él, como en fuente están todos los bienes, y en Él el amor y corazón del Eterno Padre, corramos los sedientos a las aguas (cf. Is 55,1), los pobres al rico, los descaminados a nuestro camino, los extranjeros a la casa de nuestro refugio. Aunque mucho nos cueste comer con limpieza de conciencia este santo bocado, sufrámoslo todo, pasémoslo todo; pues comiendo bien este celestial Pan que del cielo vino (cf. Jn 6,50), Jesucristo nuestro Señor, nos convertiremos en Él, y por Él poseeremos por nuestro el corazón de su Eterno Padre, el cual no se contentará con coronar con corona de honra a su unigénito Hijo, mas hará que desde Él, que es cabeza nuestra, descienda la honra y gloria a sus miembros, que somos nosotros, y desde el cuello hasta la uña del más chico dedo, nos hermosea, nos cura, nos viste y nos mira como a cosa conjuntísima con su unigénito Hijo.
Bástenos, pues, tener a tal Padre por padre, aquí por gracia, y después (como San Felipe pidió [cf. Jn 14,8]), viéndolo en la majestad de su gloria.
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