Bautizado para nuestro provecho

Carta 12, Obras Completas, BAC (2000) Vol IV, pp. 87-98

A un Señor de estos reinos

Quien se siente llagado y entristecido, mire aquí, y alegrarse ha, como dice David cuando dice en el salmo: Mi ánima es turbada; por tanto, me acordé de ti, de la tierra de Jordán y Hermón y del monte Pequeño (Sal 41,7). Quien a sí se mira y ve tantas abominaciones, turbarse ha muy de verdad; no hallando hora bien gastada en toda su vida: Ve sus males muchos y grandes, y sus bienes pocos y flacos. ¿Qué hará sino turbarse quien delante de Juez tan estrecho tiene mala cuenta y remedio? Acordarse de Cristo, mirando qué obró en la tierra de Jordán, donde fue bautizado para nuestro provecho y le fueron abiertos los cielos (Mt 3,16), no para Él, que abiertos le estaban, mas para nosotros, a quien por Adán estaban cerrados. Y porque se nos abrieron por Cristo, dice el Evangelio que le fueron los cielos abiertos, porque a aquél se dice hecha una merced por cuyo amor se hace, aunque él no llevase parte de ella. Pues mirando... A quien así mira que por Cristo le son los cielos abiertos y que por el santo bautismo es tomado por hijo de Dios, osa esperar como hijo la herencia del cielo viviendo en obediencia de los mandamientos de Dios. Y también se acuerda de lo que obró el Señor en los montes de Hermón, que son muchos, y en el monte Pequeño, el cual agora sea Oreb, donde Dios dio la ley; agora otro monte poco nos va a los cristianos, a los cuales Jesucristo nos abrió el sentido para entender las Escrituras; y aquel las entiende que en ellas entiende a Cristo, el cual está en ellas encerrado como grano en espiga y como el vino en la uva. Y, por tanto, el fin de la ley es Cristo (Rom 10,4), porque toda ella va a parar a Él. […] ¿Qué diremos a tal caridad, sino de día y de noche bendecir a este Señor, que tanto a su costa obró nuestra salud y remedio?