Tanto amó Dios al mundo

Audi, filia [II], cap 19, en Obras Completas, BAC (2000) Vol I, pp. 578-579

4º Domingo de Cuaresma

 De lo mucho que nos dio el Eterno Padre en darnos a Jesucristo nuestro Señor; y cuánto lo debíamos agradecer y aprovecharnos de esta merced, esforzándonos con ella para no admitir la desesperación con que el demonio suele combatirnos

1. Mucha razón tiene Dios de quejarse, y sus pregoneros para reprehender a los hombres, de que tan olvidados estén de esta merced, digna que por ella se diesen gracias a Dios de noche y de día. Porque, como dice San Juan, así amó Dios al mundo que dio su unigénito Hijo, para que todo hombre que creyere en él y le amare no perezca, mas tenga la vida eterna (Jn 3,16). Y en esta merced están encerradas las otras, como menores en la mayor, y efectos en causa. Claro es que quien dio el sacrificio contra los pecados, perdón de pecados dio cuanto es de su parte; y quien el Señor dio, también dio el señorío; y, finalmente, quien dio su Hijo, y tal hijo, dado a nosotros, y nacido para nosotros, no nos negará cosa que necesaria nos sea. Y quien no la tuviere, de sí mismo se queje, que de Dios no tiene razón. Que para dar a entender esto, no dijo San Pablo: Quien el Hijo nos dio, todas las cosas nos dará con él; mas dijo: Todas las cosas nos ha dado con él (cf. Rom 8,32); porque de parte de Dios todo está dado: perdón, y gracia y el cielo. ¡Oh hombres!, ¿por qué perdéis tal bien, y sois ingratos a tal amador y a tal dádiva, y negligentes a aparejaros para recebirla? Cosa sería digna de reprehensión que un hombre anduviese muerto de hambre y desnudo, lleno de males; y, habiéndole uno mandado en su testamento gran copia de bienes, con que podía pagar, y salir de sus males, y vivir en descanso, se quedase sin gozar de ello por no ir dos o tres leguas de camino a entender en el tal testamento. La redempción hecha está tan copiosa que, aunque perdonar Dios las ofensas que contra él hacen los hombres sea dádiva sobre todo humano sentido, mas la paga de la pasión y muerte de Jesucristo nuestro Señor excede a la deuda del hombre en valor, mucho más que lo más alto del cielo a lo más profundo del suelo. […]

2. Inefable merced es que adopte Dios por hijos los hijos de los hombres, gusanillos de la tierra. Mas, para que no dubdásemos de esta merced, pone San Juan otra mayor, diciendo: La palabra de Dios es hecha carne (Jn 1,14). Como quien dice: No dejéis de creer que los hombres nacen de Dios por espiritual adopción; mas tomad, en prendas de esta maravilla, otra mayor, que es el Hijo de Dios ser hecho hombre, y hijo de una mujer.

3. También es cosa maravillosa que un hombrecillo terrenal esté en el cielo gozando de Dios, y acompañado de ángeles con honra inefable; mas mucho más fue estar Dios puesto en tormentos y menosprecios de cruz, y morir entre dos ladrones (cf. Mt 27,38); con lo cual quedó la justicia divina tan satisfecha, así por lo mucho que el Señor padeció como principalmente por ser Dios el que padeció, que nos da perdón de lo pasado, y nos echa bendiciones con que nuestra esterilidad haga fruto de buena vida y digna del cielo; figurada en el hijo que fue dado a Sara, vieja y estéril (cf. Gén 21,2). Porque el becerro cocido en la casa de Abrahán (cf. Gén 18,7), que es Jesucristo, crucificado en el pueblo que de Abrahán venía, fue a Dios tan gustoso que de airado se tornó manso, y la maldición conmutó en bendición, pues recibió cosa que más le agradó que todos los pecados del mundo le pueden desagradar.

4. Pues ¿por qué desesperas, hombre, teniendo por remedio y por paga a Dios humanado, cuyo merecimiento es infinito? Y, muriendo, mató nuestros pecados, mucho mejor que, muriendo Sansón, murieron los filisteos (cf. Jue 16,30). Y, aunque tantos hobieses hecho tú como el mesmo demonio, que te trae a desesperación, debes esforzarte en Cristo, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn 1,29); del cual estaba profetizado que había de arrojar todos nuestros pecados en el profundo del mar (Miq 7,19) y que había de ser ungido el Santo de los santos, y tener fin el pecado, y haber sempiterna justicia (Dan 9,24). Pues, si los pecados están ahogados, quitados y muertos, ¿qué es la causa por que enemigos tan flacos y vencidos te vencen, y te hacen desesperar?