Casa somos de Dios

Cartas, 74. En Obras Completas, BAC (2000), Vol IV, pp.318-321

Domingo 3º de Cuaresma

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¡Oh Dios y Señor y descanso de lo de dentro de nuestro corazón! ¿Y cuándo comenzaremos, no digo a amarte, mas siquiera a desearte amar? ¿Cuándo ternemos un deseo de ti, digno de ti? ¿Cuándo nos ha de mover ya la verdad, más que la vanidad; la hermosura, que lo feo; el descanso, que el desasosiego; el Criador, tan lleno y suficientísimo, que la criatura, pobre y vacía? ¡Oh Señor, y quién abrirá nuestros ojos para conocer que, fuera de ti, no hay cosa que harte ni que permanezca! ¿Quién nos descubrirá algo de ti, para que, enamorados de ti, vamos, corramos, volemos y nos estemos siempre contigo?

¡Ay de nosotros, que estamos lejos de Dios y tan poca pena tenemos de ello, que ni aun lo sentimos! ¿Adónde están los entrañables sospiros de las ánimas que una vez han gustado a Dios y después se les aparta algún tanto? ¿Adónde lo que decía David: Si diere sueño a mis ojos y descanso a mis párpados, hasta que halle casa para el Señor? (Sal 131,4s). Y esta casa somos nosotros, cuando no nos perdemos repartiéndonos en cosas diversas, mas nos recogemos en unidad de deseo y amor, y entonces nos hallamos y somos casa de Dios.

[…]

No le resistamos ya más; dejémonos vencer de sus armas, que son sus beneficios, con los cuales quiere matarnos, para que vivamos con Él; quiere quemarnos, para que, consumido este hombre viejo conforme a Adán, nazca el hombre nuevo por el amor conforme a Cristo; quiere derretir nuestra dureza, para que, así como en metal líquido con el calor se imprime bien la forma que quisiere el artífice, así nosotros, tiernos por el amor, que hace derretirse en oyendo hablar al Amado (cf. Cant 5,6), estemos muy aparejados y sin resistencia para que Cristo imprima en nosotros la imagen que Él quiere; y la que quiere es la del mismo Cristo, que es la del amor; porque Cristo es el mismo amor, y Él nos mandó que nos amásemos como Él nos amó (cf. Jn 15,12). Y San Pablo nos dice que andemos en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros (cf. Ef 5,2). De manera que, si no amamos, desemejables estamos a Él, tenemos ajeno rostro, no le parecemos, somos pobres, desnudos, ciegos, sordos y mudos y muertos; porque sólo el amor es el que aviva todas las cosas, y él es el que es cura espiritual de nuestra ánima, sin el cual está ella tal cual está el cuerpo sin ella. Amemos, pues, señor mío, y viviremos; amemos, y seremos semejables a Dios, y heriremos a Dios que con sólo amor es herido; amemos, y será nuestro Dios, porque sólo el amor le posee; amemos y serán nuestras todas las cosas, pues que todas nos servirán, […]

Sobre todo, metámonos, y no para luego salir, mas para morar, en las llagas de Cristo, y principalmente en su costado, que allí en su corazón, partido por nos, cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo. Porque ¿quién, estando en el fuego, no se calentará siquiera un poquito? ¡Oh si allí morásemos, y qué bien nos iría! ¿Qué es la causa por que tan presto nos salimos de allí? […]

Y sobre todo alleguémonos al fuego que enciende y abrasa, que es Jesucristo nuestro Señor, en el Sacramento Santísimo. […]

Y si luego no pudiéremos subjetar nuestro corazón como queremos, sufrámosle en paciencia, hasta que Dios se levante y caigan nuestros enemigos (cf. Sal 67,2), hasta que despierte y mande a la mar que esté queda (cf. Mt 8,26); mas quiere que tengamos nosotros confianza en Él, aun entre las grandes tentaciones, aunque ya se quiera la navecilla hundir. Por tanto, no titubeemos, no desmayemos, no penemos a otros por el enojo que nos causa esta guerra continua de habernos de vencer. Algún día verná que ponga Dios nuestros fines en paz (cf. Sal 146,14) y durmamos sin que haya quien nos despierte (cf. Sal 4,9). […] Desconfiemos, pues, de nos, y confiemos en Dios, y comencemos en virtud del Omnipotente; y nuestro principio sea humildad, figurada en la ceniza, y nuestro fin sea el amor, figurado en la resurrección; y así ternemos buena Cuaresma y buena Pascua.