Carta Pastoral de Mons. Antonio Algora

En Roma, declara el Papa a San Juan de Ávila Doctor de la Iglesia

Mons. Antonio Algora

Obispo de Ciudad Real, España

30.09.2012

Como venimos anunciando, Dios mediante, el próximo domingo en la Misa con la que se comienza el Sínodo de los Obispos, el Papa declarará a nuestro paisano San Juan de Ávila Doctor de la Iglesia junto a Hildegarda de Binjen, monja benedictina alemana del siglo XII.

Este acontecimiento eclesial en el comienzo de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, nos ha de llevar a mirar al que es protagonista de nuestro ser, quehacer y misión eclesiales. Me refiero a la tercera persona de la Santísima Trinidad, al Espíritu Santo. Por eso, y  por celebrarse estos mismos días el 50 Aniversario del Concilio Vaticano II, os invito a releer las palabras que tuvo en la Constitución Lumen Gentium (Luz de las Gentes):

“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra (cf. Jn. 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia, y de esta manera los creyentes pudieran ir al Padre a través de Cristo en el mismo Espíritu (cf. Ef. 2,18). El es el Espíritu de la vida, la fuente del agua que mana para la vida eterna (cf. Jn. 4,14; 7,38-39). Por Él el Padre da la vida a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (cf. Rom. 8-10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los creyentes como en un templo (1 Cor. 3,16; 6,19), ora en ellos y da testimonio de que son hijos adoptivos (cf. Gal. 4,6; Rom. 8,1516,26). Él conduce la Iglesia a la verdad total (cf. Jn. 16,13) la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la adorna con sus frutos (cf. Ef. 4, 11-12; 1 Cor. 12-4; Gal. 5,22). Con la fuerza del Evangelio, el Espíritu rejuvenece a la Iglesia, la renueva sin cesar y la lleva a la unión perfecta con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "¡Ven!" (cf. Ap. 22,17). Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". (LG 4)

Os invito a todos, mis queridos diocesanos, a situarnos ante estos acontecimientos con la serena certeza que nuestra fe nos da. Lejos de todo entusiasmo ligero recibimos lo que el Espíritu Santo da a su Iglesia, “a su Esposa”, para este momento de la historia humana, con la responsabilidad de saber que nada nos falta para la realización de la Misión encomendada: Llevar, por Cristo, con Él y en Él a todos nuestros hermanos al Conocimiento y el Amor del Padre.

El Espíritu Santo nos habla especialmente de la necesidad de “la Transmisión de la fe cristiana”. La Nueva Evangelización en el Año de la fe, con el aval y el empuje apostólico de los nuevos doctores de la Iglesia..., más en concreto de la mano familiar de nuestro paisano el maestro Ávila como se le conoció ya en vida. A propósito de la confianza que nos da el Concilio y el Sínodo llega a decir San Juan de Ávila: “Como si el mesmo Jesucristo les predicara lo recibieron, y por esto los alaba (se refiere a San Pablo en su carta a los Gálatas). Pues, si a un solo apóstol y ministro de Dios reciben y admiten su doctrina, teniéndola por la del mesmo Dios, ¿cómo no debe el cristiano admitir la doctrina que le enseña la congregación de los ministros de Dios que es el Concilio, o la que le enseña el príncipe de los ministros que es el Vicario de Cristo?”

Con estas certezas de fe arranca el presente Curso pastoral. Muchas podrán ser las dificultades en la transmisión de la fe, pero mayor es el Espíritu Santo que guía a su Iglesia. Seamos nosotros fieles (dignos de esta fe) en esta maravillosa Misión.

Vuestro obispo, 

+ Antonio