Miradas actuales al nuevo Doctor. Educador

Educador1

Miguel Anxo Pena González
Universidad Pontificia de Salamanca

 Hablar de san Juan de Ávila como educador no es buscar un punto de novedad, en un tema que tiene una clara actualidad. Nadie dudará que el doctor manchego tuvo, a lo largo de su vida, una honda preocupación por formar y evangelizar. El libro fundamental para llevar a cabo esta tarea fue, en todo momento, la Sagrada Escritura, concebida como fuente inagotable de alimento.

Ávila responde a un proyecto que está en manos del Señor, que él identifica como la asunción de un conocimiento sapiencial y, como proyecto cristiano de vida que es, está encaminado a todos los estados de vida del cristiano, a los cuales él se dirige, proponiendo opciones y pasos concretos. Estamos, por tanto, ante un hombre que ha sido capaz de captar y descubrir lo que es realmente esencial e importante. Mostrando un entusiasmo especial por las oportunidades de su momento histórico, viendo siempre en permanente búsqueda.

La propuesta de una sabiduría para todos le llevará a una serie de formulaciones y opciones peculiares que, si en ellas no estuviera la mano de Dios, serían difícilmente aceptables e incomprensibles. Su renuncia a los estudios, cuando no tenía problemas económicos, ha de ser vista como una muestra de total desprendimiento, no sólo de bienes materiales, sino también de posibilidades, entre las que, con toda lógica, se encontraría el cursus honorum universitario. De esta manera cambia una dedicación académica en el general universitario, por el púlpito itinerante de pueblo en pueblo. De ahí que cuando se hace referencia a su carácter de Maestro o Doctor en Teología, éste no ha de ser sólo comprendido como un grado académico, del que no había duda que lo había obtenido, sino que estaría relacionado con un magisterio vivo, profundamente sustentado en un conocimiento e intimidad con Dios.

Al mismo tiempo, en su proyecto educativo sobresale un elemento al que, sin haberle dedicado una atención pormenorizada, refleja un conocimiento y sensibilidad especial por parte suya. Es el de trabajo, entendido como una habilidad manual y un medio digno de vida. Es un detalle relevante en una sociedad que vivía de las rentas o de las apariencias, o de ambas. Así, la llamada a desarrollar un oficio determinado la propone en las advertencias necesarias al rey, sobreentendiéndose que se trata de una preocupación de organización social, de igual forma que otras preocupaciones prácticas y corrientes, de una oportunidad para aquellos que carecen de recursos, para que no sólo gocen de una vida digna, sino que ésta pueda ser también un medio para alcanzar la santidad.

Con todo, su mayor preocupación se centra en la organización de proyectos educativos, en los cuales aparece como lo esencial la educación, por encima incluso de la instrucción. Para lograrlo, el santo Doctor opta por la organización de proyectos sencillos, capaces de ser controlables y que pudieran ofrecer resultados seguros.

En ellos estarán presentes todas las etapas del proceso educativo, pero lo más llamativo es que él no aparecerá como figura clave. Ni siquiera en el proyecto de la Universidad de Baeza. Se trata de una organización de carácter federal, donde se intenta que cada una de las instituciones pueda funcionar por sí sola, al margen de quién o quiénes estén detrás de la misma. Por lo mismo, ni en el más acabado de todos esos proyectos él aparecerá como fundador, sino como realizador de la obra material y de la consolidación y configuración del proyecto. No hay, por lo mismo, una afán por aparecer, si no una tensión constante porque la obra pueda funcionar y ofrecer benéficos frutos a la Iglesia.

En este sentido, adelantándose al proyecto jesuítico, tiene conciencia de desarrollar un proyecto educativo amplio y diverso, como medio de reforma de la sociedad y de la Iglesia. Por ello se preocupará de delinear el horario, el método de enseñanza, qué se ha de enseñar y cómo… Es un modelo abiertamente integrador, donde se conjuga el silencio del estudio y la oración, con el diálogo en el aula y ante Dios; donde la realidad cotidiana de la vida sirve también como ejemplo para un adecuado comportamiento moral, que busca el canto o la rima como un medio sencillo para facilitar el aprendizaje, al tiempo que ayuda a poner de relieve los grandes misterios de la fe, como el de la Eucaristía, o la recepción de los sacramentos. La propia hagiografía sirve como paradigma para conocer la vida de la Iglesia. De esta manera, con esa frescura, utilizando todos los medios a su alcance, logrará la capacitación intelectual, humana y cristiana de aquellos que tienen la suerte de ser recibidos en uno de sus colegios.

No cabe duda que la mayor preocupación educativa, por parte de nuestro autor, se orienta hacia la formación de los clérigos, en el profundo convencimiento que «si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos; y si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener su cargo de los criar tales y tomar el trabajo de ello», porque si quiere contar con un personal capaz de generar una verdadera transformación en la sociedad «ha de proveer que haya educación de ellos, porque esperarlos de otro modo es grande necedad». Sus colegios no son una red paralela, si no que responden a ese fin desde la iglesia diocesana, proponiendo que en cada obispado se configure o funde uno o más colegios, donde los candidatos sean educados atentamente antes de recibir las órdenes sagradas.

La aportación será completada con la Universidad de Baeza, donde se mira atentamente hacia la formación complexiva de los estudiantes y, por lo mismo, éstos han de concluir sus estudios debían realizar una etapa pastoral. La propuesta resultaba profundamente innovadora y era fiel reflejo de los fines que se querían alcanzar. Si lo importante era dedicarse a la evangelización y promoción del pueblo, no tenía sentido que los estudiantes se quedaran encerrados en un conocimiento teórico y distante de lo que vivían las gentes. Era necesario que, desde el primer momento, asumieran los límites y el reto de la predicación, como lugar fundamental de llegar a grandes núcleos de población.

Juan de Ávila es una figura difícilmente clasificable, y de ahí surge gran parte de su atracción y actualidad. No podemos afirmar que haya sido un hombre innovador en la creación y organización de proyectos, diametralmente nuevos respecto a otros de sus coetáneos, pero sí profundamente innovador, renovador y, particularmente, creativo respecto a la impronta y matiz que imprime a aquello que estaba planteando la mayoría. Posiblemente ésta sea una de sus principales aportaciones: implantar con espontaneidad y riqueza una preocupación constante por lograr la tan ansiada reforma de la Iglesia.

Precisamente por ello parecía necesario comenzar por el análisis de aquello que en él ha sido una constante en su tarea apostólica: la predicación, que aparece siempre estrechamente vinculada a una preocupación social, que hace que podamos contemplarlo como un educador social de su tiempo, donde fe y vida caminan estrechamente de la mano. En este sentido, descubrimos también en él, una profunda vinculación con la Tradición de la Iglesia y con los autores más significativos de la misma, amén de su especial y estrecha vinculación con la Sagrada Escritura y, particularmente, con las cartas paulinas; pero siempre con la libertad de asimilar aquello que le resulta más útil para su proyecto de acción, y sin verse por ello dependiente directamente de la misión apostólica, que es para él crisol de los medios e instrumentos usados para el ministerio.

Al mismo tiempo, su mundo interior es el que sostiene que no se trata simplemente de lograr la educación de unos pocos de su entorno, que carecen de posibilidades económicas, sino que mira a una verdadera educación integral cristiana, que abarque las múltiples y diversas necesidades sociales. En este sentido, lo que aparece como más patente es que la figura y persona de san Juan de Ávila necesita ser revisada y estudiada, procurando dialogar con sus escritos desde nuevas perspectivas, para que sea capaz de ofrecernos su magisterio con naturalidad y espontaneidad.

(1) En La confesión de la fe, EDICE, Madrid 2013, pp.219-223.