Fiesta de San Juan de Ávila y bodas sacerdotales en la diócesis de Santander

Homilía de Mons. Vicente Jiménez Zamora

Seminario de Monte Corbán

10.05.2012

Queridos sacerdotes, diáconos, familias, miembros de vida consagrada, seminaristas y fieles laicos: ¡Paz en Cristo Resucitado!.

El Señor Jesús nos reúne un año más en nuestro Seminario Diocesano de Monte Corbán, a quien le agradecemos su acogida cordial, en torno a la mesa de la Palabra y del Sacrificio de la Eucaristía, “Sacramentum caritatis”.

Celebramos la fiesta de San Juan de Ávila, Patrón del clero secular español, “maestro ejemplar por la santidad de su vida y por su celo apostólico”, como hemos rezado en la oración colecta.

Felicitación a los sacerdotes en sus bodas de oro y plata

Es gozoso para mí y para todos vosotros felicitar en este día a los hermanos sacerdotes, seculares y religiosos, que celebráis este año las bodas de diamante, de oro y de plata de vuestra ordenación sacerdotal, cuyos nombres hemos escuchado en la monición de entrada. Sesenta, cincuenta y veinticinco años intensos, durante los cuales en la Iglesia y en la sociedad hemos vivido grandes cambios que nos han obligado a renovar nuestra formación, modificar nuestras costumbres y actualizar los contenidos y las formas de vivir nuestro ministerio. Nada de todo esto ha sido fácil, y en más de una ocasión estas circunstancias históricas nos han producido conflictos, sufrimientos y cruces, pero también alegrías y esperanzas.

Ante el altar del Señor recordamos a vuestros padres y familias; a todos aquellos que hicieron posible la vocación primera; libre el posterior seguimiento en el Seminario o Casa Religiosa; gozosa la actual permanencia en el ministerio. Y le pedimos que acepte el deseo humilde, pero profundo que hoy os anima: ser trigo dorado en la era; ser pan vivo en la Iglesia; ser racimo fecundo unido a la Vid verdadera; ser testigos valientes y alegres de Cristo y de su Evangelio en el mundo.

Como Obispo y en nombre de toda la Diócesis os agradezco vuestra ejemplar, fiel y generosa entrega a Cristo y a la Iglesia en los diversos oficios y servicios pastorales desempeñados en estos sesenta, cincuenta y veinticinco años. Os animo a seguir trabajando como humildes trabajadores en la viña del Señor.

Liturgia de la Palabra (Jueves de la Vª semana de Pascua)

La liturgia de la Palabra de este jueves de la Vª semana de Pascua nos habla de amor, obediencia, alegría y apertura de la puerta de la fe. La idea central del evangelio de hoy es la unión permanente del discípulo con Jesús mediante el amor, es decir, mediante el cumplimiento de sus mandamientos, porque el amor se prueba en la obediencia de la fe. Este breve texto es una transición entre la alegoría de la vid del domingo pasado y la declaración de amistad de Jesús a sus apóstoles. El amor mutuo del Padre y del Hijo se trasvasa de Cristo al discípulo y de éste a los hermanos.

El amor y la obediencia unidos crean alegría gozosa: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”. El amor genera gozo cuando es libre. El gozo de la libertad en Cristo es lo que se desprende también de la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, en la que se resuelve la controversia entre la ley mosaica y la libertad cristiana. La intervención del apóstol Pedro, de Pablo y Bernabé, y de Santiago inclinaron la decisión de la asamblea hacia la libertad del Evangelio. Así nació la carta apostólica del Concilio de Jerusalén que abrió la puerta de la fe a los gentiles.

San Juan de Ávila, modelo de sacerdotes Doctor de la Iglesia Universal

En esta mañana estamos reunidos para estrechar los vínculos de fraternidad, para manifestar visiblemente la unidad de nuestro sacerdocio, participar del único sacerdocio de Jesucristo. Pero, sobre todo, estamos congregados para dar gracias a Dios por el regalo de la vida y santidad de San Juan de Ávila, y para que “también en nuestros días crezca la Iglesia por el celo ejemplar de sus ministros”, como hemos rezado hace unos momentos.

Este año la fiesta de San Juan de Ávila tiene una significación especial, porque el Papa Benedicto XVI anunció al pueblo de Dios en la Jornada Mundial de la Juventud la declaración de San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia Universal. Al hacer pública esta noticia, el Papa decía:”deseo que la palabra y el ejemplo de este eximio Pastor ilumine a los sacerdotes y a aquellos que se preparan con ilusión para recibir un día la Sagrada Ordenación”. “El testimonio de fe del Santo Maestro sigue vivo y su voz se alza potente, humilde y actualísima ahora, en este momento crucial en que nos apremia la urgencia de una nueva evangelización. Porque pasan los tiempos, pero los verdaderos creyentes como él son siempre contemporáneos” (Mensaje de los Obispos Españoles con motivo de la Declaración de San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia Universal, 27.04.2012).

Por eso en esta fiesta exponemos a la veneración la nueva imagen bendecida del Santo Patrón del clero secular español, para que al contemplar su efigie, sigamos su ejemplo de imitar a Jesucristo. Agradezco al Sr. Delegado Diocesano de Patrimonio la preparación de la peana para la Imagen del Santo Patrón.

La vida y escritos de San Juan de Ávila nos señalan en esta mañana los acentos, las claves y los medios para que vivamos la santidad sacerdotal. Él nos indica las dos alas con las que debemos volar a las alturas de la santidad: la oración y el estudio.

La oración. Ante todo hemos de ser hombres de oración y de vida interior. Si bien es cierto que el sacerdote queda configurado con Cristo por la ordenación sacerdotal, también es cierto que necesita configurar sus actitudes y su personalidad entera, según el modelo de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, por la permanencia en Él por medio de la oración. Sin esta relación personal, consciente, íntima y amorosa, especialmente vivida y cultivada durante largos ratos de oración, no hay verdadera aspiración a la santidad. El sacerdote tiene que ser “amigo de Dios” y signo viviente de Cristo, sus palabras tienen que salir de un corazón lleno de amor y misericordia. La espiritualidad sacerdotal tiene que tener su centro en la Eucaristía, en la que está el Señor presente y donde ofrecemos nuestra vida con Cristo para la gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. “El sacerdote en el altar - escribe San Juan de Ávila - representa a Jesucristo Nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio”. El Santo recuerda que el sacerdote tiene por oficio: “pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles, y, en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la Cruz les ganó”.

Estudio. Para alimentar esta vida de oración y de identificación con Cristo, el sacerdote necesita también ser “hombre de estudio”, al estilo de San Juan de Ávila. Debe tener un conocimiento sabroso de la Verdad que es Cristo, de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres. Esto requiere tiempo y dedicación. Y junto con la Palabra de Dios debemos leer y meditar los Documentos del Magisterio de la Iglesia, así como los escritos de los mejores teólogos. Un sacerdote que no lea, que no estudie, que no se preocupe de renovar y ampliar constantemente su formación doctrinal y espiritual, no está respondiendo plenamente a su misión de iluminar con la recta y sana doctrina las conciencias de los fieles, para saber dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida (cfr. 1 Pe 3, 15). En estos tiempos de nueva evangelización, debemos sembrar la semilla del Evangelio, que está llena de la vida y de la fuerza de Dios. No dudemos de ella. Hoy la Palabra de Jesús sigue ganado corazones donde es anunciada con fidelidad y con diligencia. No podemos dudar del esplendor de esta luz ni de la fuerza de esta levadura que el Señor nos ha confiado. Si somos coherentes en nuestra vida y somos fieles en nuestro ministerio, la Palabra del Señor seguirá dando frutos de santidad y de paz.

Queridos hermanos sacerdotes: pongamos nuestras vidas en las manos de la Virgen María. El Maestro San Juan de Ávila escribía: “Después de Jesucristo no ha habido otra pastora, ni hay quien así guarde las ovejas de Jesucristo…La Virgen sin mancilla es nuestra pastora después de Dios” (Sermón 15). Es “pastora, no jornalera que buscase su propio interés, pues amaba tanto a las ovejas que, después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su propia vida, si necesidad de ella tuvieran” (Sermón 70).

Que la Virgen María interceda por todos los sacerdotes para que seamos imágenes vivas de Cristo, el Buen Pastor. Amén.