San Juan de Ávila, maestro de evangelizadores. Mensaje de la Conferencia Episcopal Española en el V Centenario
- Detalles
-
Miércoles, 27 Abril 2011 09:22
-
CEE
Mensaje de la Conferencia Episcopal Española al Pueblo de Dios en el Vº Centenario del Nacimiento de San Juan de Ávila: “San Juan de Ávila, maestro de evangelizadores” (1999).
Queridos hermanos y hermanas:
El día 6 de enero se cumplirán 500 años del nacimiento de San Juan de Ávila, Patrono del clero secular español. La celebración de este Vº Centenario nos invita a reavivar en nuestra vida y en nuestra acción pastoral el deseo de imitar al santo Maestro Ávila. Su recia personalidad, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para que vivamos en fidelidad la vocación a la que Dios nos llama a cada uno y seamos sus testigos en los comienzos de este nuevo milenio.
Damos gracias a Dios por el regalo de este santo y por los reconocimientos que la Iglesia ha hecho de él: la beatificación, por parte de León XIII el 6 de abril de 1894; la declaración como Patrón principal del clero secular español por Pío XII el 2 de Julio de 1946; la canonización por Pablo VI el 31 de Mayo de 1970. Y esperamos que al título de “Santo” se le añada pronto, si la Iglesia lo considera oportuno, el de “Doctor” de la Iglesia universal.
Sabio maestro y consejero experimentado
San Juan de Ávila fue una vocación para la reforma que la Iglesia necesitaba en momentos de profunda crisis. Es una de las figuras más centrales y representativas del siglo XVI, escogido por los mejores. Destacó, ya en su tiempo, por la calidad de su doctrina teológica y la sabiduría de sus consejos como guía espiritual, en unas circunstancias en las que la Iglesia y la sociedad del siglo XVI necesitaban guías experimentados que las renovaran. Convenientemente preparado en su villa natal de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), según las costumbres de la época, bajo tutores personales, a los catorce años ingresó en la Universidad de Salamanca, una de las más prestigiosas del mundo de entonces. Después de cursar estudios de Leyes durante tres años, sintió una llamada de Dios y volvió a la casa familiar para consagrarse a una vida de oración y penitencia. Tres años llevaba en este género de vida, cuando un religioso de San Francisco le aconsejó que se dedicara al estudio de la Filosofía y la Teología en la recién fundada Universidad de Alcalá, a fin de prepararse para recibir las Órdenes sagradas y poder así ayudar mejor a las almas. Tanto adelantó en estos estudios y en el conocimiento de la Sagrada Escritura, que sus mismos maestros, entre ellos el teólogo Domingo de Soto, vistas la agudeza de su ingenio, la admirable memoria y su incansable aplicación al estudio, auguraron que en breve llegaría a ser uno de los hombres más sabios de toda España.
Enriquecido con este tesoro de ciencia humana y teológica y ordenado sacerdote, se consagró a enseñar con su predicación, cartas, consejos y tratados espirituales a personas de toda edad, estado y condición social. Ejerció su magisterio directo en la región de Andalucía, tan necesitada en aquel momento de doctrina, pues, islamizada durante siglos, se encontraba en plena reconstrucción cristiana y social. A esa renovación contribuyó decisivamente Juan de Ávila.
Lo mismo exponía desde la cátedra las Sagradas Escrituras con eruditos comentarios, que enseñaba los rudimentos de la doctrina cristiana en lenguaje sencillo a los niños y aldeanos. Las innumerables cartas que escribió nos han dejado un elocuente testimonio de su santidad y de su sabiduría. A pedir consejo acudían a él en su retiro de Montilla o le escribían jóvenes buscando orientación y discernimiento vocacional, casados que pedían consejo, políticos y hombres de gobierno, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que buscaban una palabra de aliento o de luz. Se relacionó con personas de talla espiritual tan sobresaliente como San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, Fray Luis de Granada, etc.
En algunos influyó de manera decisiva. Así ayudó a San Juan de Dios en el proceso de su conversión y en su posterior camino espiritual. A su vez, la gran mística española, Santa Teresa de Jesús, declarada por Pablo VI “Doctora de la Iglesia”, en un momento en que su experiencia mística era cuestionada por muchos, hace llegar el Libro de la Vida al Maestro Ávila, explicando: “yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir; porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, ya que no me queda más para hacer lo que es en mí”. San Juan de Ávila le da su juicio favorable en una carta que ha sido calificada de llave de oro de la mística española del siglo XVI, por haber dado el visto bueno a la doctrina espiritual de la santa Doctora en un momento en que no por todos era admitida.
Nuestro Santo cuidó continuamente su formación, tanto en los aspectos humanos e intelectuales como los espirituales y pastorales. Era gran conocedor de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia, de los teólogos escolásticos y de los autores de su tiempo. Estudia y difunde la doctrina de Trento, para salir al paso de las opiniones de los reformadores, de las que estaba al tanto. Su Biblioteca era abundante, actualizada y selecta, y dedicaba al estudio, con proyección pastoral, varias horas al día. Sin embargo, la fuente principal de su ciencia era la oración y contemplación del misterio de Cristo. Su libro más leído y mejor asimilado era la cruz del Señor, vivida como la gran señal de amor de Dios al hombre. Y la Eucaristía era el horno donde encendía su corazón en celo ardiente. Así Fray Luis de Granada podía decir de él que “las palabras que salían como saetas encendidas del corazón que ardía, hacían también arder los corazones en los otros”.
Influjo de su magisterio
El magisterio de Juan de Ávila no terminó con su vida. Sus abundantes escritos han influido notablemente en la historia de la espiritualidad y de la renovación eclesial. En la Biblioteca de Autores Cristianos sus obras conocidas ocupan varios volúmenes. Se enumeran no menos de catorce ediciones generales españolas y tres en otras lenguas, en distintas épocas. De obras por separado son numerosas las ediciones y versiones a distintos idiomas. De su Epistolario hay al menos veintitrés ediciones extranjeras. El tratado Audi, filia es un clásico de la espiritualidad. Se tradujo muy pronto al italiano, francés, alemán e inglés. Los católicos perseguidos en Inglaterra encontraban en él un gran aliento. Fray Luis de Granada afirmaba: “Lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces”. Felipe II lo tenía de libro de cabecera. El Cardenal Astorga, arzobispo de Toledo, decía: “este libro ha convertido más almas que letras tiene”.
Su influencia en el Concilio de Trento ha sido puesta de manifiesto por los especialistas. No pudo participar en él por su precaria salud. Pero a través del Arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, envió dos Memoriales, que fueron acogidos en el aula conciliar con aplauso general. Sus criterios influyeron en los acuerdos de este Concilio en temas de tanta importancia como la institución de los Seminarios, la reforma del estado eclesiástico o la catequesis, de modo que Pablo VI pudo decir en la homilía de canonización que “el Concilio de Trento adoptó decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes”. El Maestro Ávila pertenece a ese grupo de verdaderos reformadores que alentaron e iluminaron la renovación de la Iglesia en aquellos tiempos recios del siglo XVI. Su influencia se puede comprobar también en varios Concilios provinciales de aplicación de Trento: en los de Toledo, Granada, Santiago de Compostela, Valencia y, pasando al Nuevo Mundo, en el tercer Concilio de Lima y de México.
Sus escritos fueron fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal. A él se le puede considerar como el promotor del movimiento místico entre los sacerdotes seculares. La obra clásica Instrucción de sacerdotes, de Antonio de Molina, tan leída a lo largo de los siglos XVII y XVIII, transcribe con frecuencia al Maestro Ávila. Su influencia se detecta también en la escuela sacerdotal francesa: uno de sus fundadores, el Cardenal Bérulle, afirmaba que dicha escuela ya había sido un diseño de Juan de Ávila. San Francisco de Sales lo menciona elogiosamente en el Tratado del Amor de Dios y en la Introducción a la vida devota trae pasajes del Audi, filia , remitiéndose a su autoridad espiritual. San Antonio Mª Claret, lector asiduo del Maestro Ávila, confesaba: “Su estilo es el que más se me ha adaptado y el que he conocido que más felices resultados daba. ¡Gloria sea a Dios Nuestro Señor, que me ha hecho conocer los escritos y obras de ese gran Maestro de predicadores y padre de buenos y celosísimos sacerdotes!”.
Ya en nuestro siglo, Juan de Ávila ha sido una referencia para el clero diocesano, no solo en España, sino también en otros países, particularmente en América. Su figura influyó de manera notable entre nosotros en el resurgir de la espiritualidad sacerdotal a mitad de este siglo. La declaración de Patrono del clero secular español impulsó nuevos estudios sobre su doctrina y vida. En las “academias sacerdotales” de los Seminarios se estudiaban sus obras y, mirando al Apóstol de Andalucía, se alentaba la santidad y espiritualidad propia del sacerdote diocesano. En este ambiente se recibió con entusiasmo su canonización y actualmente su fiesta del 10 de Mayo es en la mayoría de las Diócesis una jornada de fraternidad en la unión del presbiterio y en la celebración gozosa de las Bodas de oro y de plata sacerdotales.
Maestro de evangelizadores
Al comenzar un nuevo milenio, en este tiempo en que la Iglesia tiene la urgencia de una nueva evangelización, creemos que la doctrina y el ejemplo de vida de San Juan de Ávila pueden iluminar los caminos y métodos que hemos de seguir. Y el nuevo ardor necesario para anunciar a Jesucristo y construir la Iglesia se encenderá al contacto con su celo apostólico. El es un verdadero “Maestro de evangelizadores”. Sus enseñanzas nos ayudarán a todos los miembros del Pueblo de Dios en el fiel cumplimiento de nuestra vocación.
En sus cartas y escritos podemos encontrar los Obispos consejos de amigo y prudentes orientaciones para ejercer nuestro ministerio con entrega, sencillez y valentía.
Para los sacerdotes, S. Juan de Ávila es un modelo actual. Las orientaciones que ha dado el Concilio Vaticano II, y posteriormente la Exhortación Apostólica Pastoresdabo vobis, hallan en San Juan de Ávila el ejemplo realizado de un sacerdote santo que ha encontrado la fuente de su espiritualidad en el ejercicio de su ministerio, configurado con Cristo Sacerdote y Pastor, pobre y desprendido, casto, obediente y servidor; un sacerdote con vida de oración y honda experiencia de Dios, enamorado de la Eucaristía, fiel devoto de la Virgen, bien preparado en ciencias humanas y teológicas, conocedor de la cultura de su tiempo, estudioso y en formación permanente integral, acogedor, viviendo en comunión la amistad, la fraternidad sacerdotal y el trabajo apostólico; un apóstol infatigable entregado a la misión, predicador del misterio cristiano y de la conversión, padre y maestro en el sacramento de la penitencia, guía y consejero de espíritus, discernidor de carismas, animador de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales, innovador de métodos pastorales, preocupado por la educación de los niños y jóvenes. San Juan de Ávila es, en fin, la caridad pastoral viviente. Los presbíteros, y los seminaristas que se preparan para serlo, encontrarán en San Juan de Ávila un modelo de lo que es un verdadero apóstol, un ejemplo vivo de la caridad pastoral, como clave de la espiritualidad sacerdotal, vivida diariamente en el ejercicio del ministerio.
Para la vida consagrada los escritos del Santo Maestro Ávila pueden seguir siendo hoy luminosos y estimulantes, particularmente en la llamada a la radicalidad evangélica y a vivir la dimensión esponsal de la consagración. Él dirigió con acierto a muchas almas contemplativas por los caminos del Espíritu, y a él acudieron muchos religiosos y religiosas para pedir consejo.
También para los laicos de hoy San Juan de Ávila es buen guía. Como sacerdote secular, vivió muy de cerca la problemática de su tiempo. Tuvo que ingeniárselas para sacar adelante económicamente los colegios que fundó para enseñanza de la fe y gramática, incluso “patentando” varios inventos suyos de elevación de agua. Conoce la realidad de la familia y aconseja en los problemas matrimoniales y de educación de hijos. Da sus criterios sobre el gobierno y administración de la vida pública. Habla de lo que las personas están viviendo: los negocios, las enfermedades, los juegos, las diversiones, la vida diaria. Aunque hayan cambiado las circunstancias, el criterio evangélico, con que él atina a iluminar la realidad, tiene valor permanente.
Ejemplo para la nueva evangelización
Los distintos campos y dimensiones de nuestra pastoral y de la nueva evangelización, a la que estamos convocados, se ven iluminados y fortalecidos a la luz de los escritos y vida de este santo pastor y evangelizador.
En el campo de la catequesis Juan de Ávila es un buen modelo y estímulo para nosotros hoy. Él sabe transmitir con seguridad el núcleo del mensaje cristiano y formar en los misterios centrales de la fe y en su implicación en la vida cristiana; provoca la adhesión a Jesucristo y llama a la conversión. Inventa un catecismo en verso para cantar con los niños, con tanto éxito pedagógico que los jesuitas lo adoptaron en sus Colegios, y se extendería por buena parte de España, y particularmente por América, e incluso en África. Su método tenía, además, la particularidad de que los mismos niños se convertían en catequistas de otros niños. Los consejos que escribe para los catequistas son sumamente prácticos y actuales. Al Concilio de Trento pide que urja la catequesis y le manifiesta la conveniencia de que se haga un catecismo para toda la cristiandad. Éstas y otras son las facetas en las que el estilo de este gran catequista sigue siendo de plena actualidad.
Respecto a la pastoral de la educación y de la cultura, de tanta importancia en nuestros días, Juan de Ávila fue un pionero. El fundó una Universidad, dos Colegios Mayores, once Escuelas y tres Convictorios para formación permanente integral de clérigos. Varias de estas escuelas y colegios eran para niños huérfanos y pobres. Buscaba con ello lo que hoy llamamos la formación integral con una orientación cristiana de la vida. Para sacar adelante esas obras tuvo que relacionarse con personas amigas y él mismo pedir limosna. Hacía notar a los gobernantes la importancia de las escuelas de niños por “ser aquella edad el fundamento de toda la vida” y que las tenían que establecer “a costa de dineros de la ciudad”. También al Concilio de Trento le insiste en el mismo tema e incluso propone la oportunidad de establecer escuelas nocturnas de adultos.
Él encarnó en su vida la pobreza y el amor a los pobres. Cuando celebró su Primera Misa en Almodóvar, repartió todos sus bienes entre los pobres. Se hospedaba y vivía en casas pobres, como la que todavía se puede visitar en Montilla. Quería imitar así el ejemplo de Cristo, que nació, vivió y murió en pobreza. Como criterio de discernimiento en los candidatos al sacerdocio señala el espíritu de pobreza, y de los sacerdotes dice que son “padres de los pobres”. Llama la atención de los gobernantes para que se preocupen de los pobres, eviten gastos superfluos y proporcionen trabajo para todos. Al Concilio de Trento le pide que se renueven las cofradías o hermandades en su proyección social y que en cada pueblo exista al menos una que cuide de los pobres. Pone como ejemplo a las que tienen un hospital, como el fundado por su discípulo San Juan de Dios. Las mismas escuelas que él fundó iban destinadas preferentemente a niños pobres, consciente de que no basta una caridad asistencial, sino que se necesita también la promocional. Mensaje y ejemplo que anima el compromiso de amor preferencial a los pobres en el que estamos empeñados.
La dimensión sacramental es central en su predicación y sus escritos: la clave de la vida cristiana y de toda la espiritualidad está en la vida divina y la filiación adoptiva recibida en el bautismo. Es un enamorado de la Eucaristía, de la que habla y escribe con corazón enardecido. Particularmente a los sacerdotes aconseja una celebración fervorosa de la Santa Misa, lo cual exige recogimiento y santidad de vida. Él se pasaba horas ante el sagrario, donde Cristo “se quedó por el gran amor que nos tiene”. Es un apóstol de la comunión frecuente y un precursor de la comunión diaria, a la vez que exhorta a la debida preparación. Insiste en la importancia de que el pueblo conozca la doctrina eucarística. Conservamos veintisiete sermones suyos sobre la Eucaristía, muchos de ellos predicados en la fiesta del Corpus, a la que le tenía especial devoción. Su sello personal era un motivo eucarístico. Y junto a la Eucaristía, el sacramento de la penitencia, al que dedicó muchas horas como confesor, sabiendo que es el lugar donde se restablece la amistad con Dios, y al que exhortaba continuamente en sus sermones.
Y en medio de su actividad apostólica,
la oración
. En ella templaba su alma para la predicación. Como dice su biógrafo Muñoz, “vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida”. Ordinariamente oraba dos horas por la mañana y dos por la tarde. La define como “una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios”. Continuamente exhorta a tener experiencia de oración, que no es tanto cuestión de métodos, sino de actitud filial y de humildad y simplicidad de niños. Fue en ello un verdadero guía, y, a través de sus escritos, puede seguir siéndolo para nosotros, particularmente hoy, que tanta necesidad tenemos de oración y de maestros de oración, porque, como él escribía, “los que no cuidan de tener oración, con sola una mano nadan, con sola una mano pelean y con un solo pie andan”.
No podemos dejar de recordar un aspecto que fue preocupación principal en su trabajo apostólico: la pastoral vocacional. En primer lugar volcó lo mejor de sus afanes en la formación de los candidatos al sacerdocio, consciente de que la clave de la verdadera reforma de la Iglesia estaba en la selección y buena formación de los pastores, tal como escribía al Concilio de Trento. En su tiempo no había escasez de candidatos al sacerdocio, como ahora; el problema era las motivaciones y la calidad de la formación tanto intelectual como espiritual. La institución de sus Colegios universitarios y convictorios estaba destinada a tal fin. Y de igual modo animará a que en cada Diócesis se instituya un Seminario donde se discierna la vocación y, con doctrina y buenos ejemplos, se forme bien a los candidatos, que han de buscar servir a Cristo y edificar a las almas y no rentas ni dignidades. También se preocupó de las vocaciones a la vida consagrada. Tenía habilidad especial para “ojear” la vocación, como el decía, y en la dirección espiritual orientaba a buscar la voluntad de Dios y a valorar la consagración como un tesoro. Y a los padres, que también entonces ponían dificultades a la vocación de sus hijos les decía: “aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios”. Por todo ello es un buen ejemplo para impulsar nuestra pastoral vocacional en estos tiempos de sequía de vocaciones. Y una buena referencia para orientar acertadamente la formación de nuestros Seminarios y, con ella, la renovación de la Iglesia y la evangelización de nuestra sociedad.
Conocerlo y amarlo
Muchas más facetas podríamos evocar de la vida y enseñanza de San Juan de Ávila. Las indicadas bastan para comprobar la calidad de su doctrina y la actualidad de su mensaje y testimonio. Queremos con estas sugerencias animaros a todos a leer sus escritos y orar con ellos. Ahí encontraréis la riqueza y hondura de un clásico. A las editoriales y revistas católicas les pedimos la difusión de la figura y obras del Maestro Ávila. Invitamos a las Facultades de Teología a que promuevan cursos monográficos y trabajos de investigación en torno a sus obras. Y asimismo a los especialistas en literatura, historia y otras áreas del saber, para que, en un trabajo interdisciplinar, descubran y den a conocer las diversas facetas de este autor tan relevante de nuestro privilegiado siglo XVI. Desde la Conferencia Episcopal queremos impulsar su conocimiento con una nueva edición de sus obras y la celebración de un Simposio.
Con ocasión del Vº Centenario de su nacimiento os exhortamos también a hacer de San Juan de Ávila un santo querido, cuya devoción se extienda en nuestras parroquias y comunidades, a rezarle y ponerlo como intercesor y, sobre todo, a imitar su ejemplo de vida. Éste será un buen año para peregrinar a los lugares relacionados con su vida, particularmente Almodóvar del Campo, donde nació y fue bautizado, y Montilla, donde murió y se conservan sus restos. De manera especial a los sacerdotes os animamos a participar en el Encuentro nacional de sacerdotes que se celebrará en Montilla el 31 de Mayo del año 2000 como homenaje del Clero español a su Patrono.
El Santo Padre nos recuerda en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente que “el mayor homenaje que todas las Iglesias tributarán a Cristo en el umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante frutos de fe, esperanza y caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las distintas formas de la vocación cristiana”. Nuestra Iglesia en España, tan bendecida en frutos de santidad, se alegra particularmente por San Juan de Ávila en el Vº Centenario de su nacimiento.
Por estas razones hemos presentado al Santo Padre la petición de que sea declarado Doctor de la Iglesia Universal, convencidos de que ello puede contribuir a la gloria de Dios y a la salvación de los hombres. También nosotros, como Pablo VI el día de la canonización, pedimos a San Juan de Ávila que “sea favorable intercesor de las gracias que la Iglesia parece necesitar hoy más: la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad del clero, la fidelidad al Concilio y la imitación de Cristo tal como debe ser en los nuevos tiempos”. Que su doctrina y ejemplo influyan en nuestra vida y nos impulsen a anunciar el Evangelio a las generaciones del nuevo milenio, de tal modo que el Santo Maestro Ávila sea hoy para todo el Pueblo de Dios ―laicos, consagrados y sacerdotes―, como también lo fue en su tiempo, “Maestro de evangelizadores”.
Oración
Oh Dios,
que hiciste a San Juan de Ávila
un maestro ejemplar para tu pueblo
por la santidad de su vida
y por su celo apostólico,
haz que también en nuestros días
crezca la Iglesia en santidad
por el celo ejemplar de sus ministros.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.